PASCUAS CUBANAS
Ansiaba que llegaran las Pascuas porque con ellas tendríamos nuevamente unos días para ir a disfrutar del Rebeca y del Caribe. En esta ocasión nos esperaba en Cayo Largo, Cuba, tras su tormentosa travesía desde San Andrés, pasando por las islas Gran Caimán en las que se había destrozado la vela Mayor cuando pillo un F8 en contra. Por Cayo Largo Fernando ya había navegado con sus hijos, de manera que conocía la posible travesía que haríamos por los cayos hacia isla Juventud y luego hacia Cienfuegos para dejarlo nuevamente solito, custodiado por los cubanos.
La hora de retraso que tenía el vuelo la aprovechamos para comprar las primeras provisiones para el Rebeca. Ante la escasez que ya nos había anunciado Fernando que había en Cuba, habíamos camuflado en nuestro equipaje embutido envasado al vacío y ahora haríamos acopio de buen vino español para que no nos faltara como acompañamiento de las magnificas paellas de langosta que seguro nos haría el capi a bordo.
Llegamos con las primeras luces del día y ya la visión de los cayos desde el aire se nos antojó prometedora, un perfecto paraíso de aguas turquesas y pequeñas extensiones de tierra verde. Y en el aeropuerto un pequeño grupo musical nos daba la bienvenida a son cubano. Desde allí en un taxi nos dirigimos hacia la Marina, ya impacientes por ver el barco. La primera impresión fue buena, una recepción de madera y techo de cañizo y solo unos pocos pero repletos pantalanes, sobretodo de catamaranes de chárter para turistas y unos cuantos transmundistas. Su posición es 21º35,99N 81º 33,14 W.
En cuánto pusimos pies a bordo del Rebeca, estibamos nuestras pertenencias en nuestros camarotes, nos pusimos nuestros bikinis y nos dirigimos al bar de la piscina de la Marina para comer y darnos un baño. Por la tarde iríamos a formalizar nuestra entrada ante las autoridades de capitanía y realizar la compra en comisaria, como aquí se llama a los supermercados. Pero para nuestra sorpresa, era mucho peor de lo que imaginábamos, las estanterías estaban medio vacías y no había nada fresco, nada de verdura ni fruta. Lo único que podíamos era manifestar nuestros deseos y ellos intentarían ver que podían conseguir de todo ello, pero eso sería ya para el día siguiente.
En cualquier caso, el viento había rolado extrañamente, y en lug
ar de soplar de NE, como suele hacerlo normalmente aquí, lo hacía justamente del contrario, SW, los vientos de Cuaresma, nos dijeron los lugareños. Por lo que no solo lo tendríamos en contra para la navegación, sino que la playa Serena de Cayo Largo, donde habíamos previsto hacer nuestro primer fondeo, no nos daría resguardo. Así que pasaríamos la noche amarrados en puerto. A las chicas les había afectado seriamente el Yet Lag, así que se retiraron a dormir sin querer, si quiera, salir a cenar. Solo nosotros tres lo hicimos, pero después de la cena, Rubén se unió a ellas y nosotros dos nos fuimos a tomar una copa con Amaito. Un viejo marino Cubano ya retirado, con quien Fernando había hecho amistad en sus travesías anteriores y a quien le habíamos traído un móvil. En total habíamos traído tres que teníamos retirados y obsoletos en casa. Uno para él y otro para otro amigo que no apareció esa noche. Pero con él nos fuimos a la discoteca de la Marina y me quedé alucinada de como bailaba con sus más de 65 años. Delgado pero fibroso, se movía ágilmente a cualquier ritmo, ya fuera una salsa cubana o música bacalaera.
Al día siguiente, sin embargo, madrugamos para ir a por gasoil. Tuvimos que acarrear en la dingui con todas las garrafas que lleva el Rebeca a bordo y que la tarde anterior habíamos vaciado en los depósitos. Entre los manglares y con muy poco calado, estaba la gasolinera y el gasolinero con la nota de lo previamente pagado a las autoridades. Exactamente nos servirían lo facturado, era la manera de controlar del estado. El viento no cesó en todo el día, más de 20 nudos de SW, por lo que fueron arribando a puerto varias embarcaciones buscando refugio. Entre ellas un precioso Oister de 88 pies, de uno de los accionistas de los hoteles Meliá de la isla. A pesar del viento, cogimos la dingui y nos fuimos a la barrera de coral que había frente a la playa donde nos hubiera gustado fondear para pasar la noche y que tuvimos que desistir por la falta de resguardo. Éramos 5 a bordo en la dingui y el mar y el viento en contra, así que fuimos despacio y comiéndonos todas las olas, pero valió la pena, sería la primera inmersión de las vacaciones. Un gran catamarán embarrancado sobre la barrera era la referencia, ¡qué pena de barco!. Iniciamos la inmersión todos juntos contra corriente, pero al final las chicas volvieron para intentar acercarse al cata por sotavento. Nosotros seguimos casi hasta él también, pero contra corriente, hasta que llegó a ponerse tan feo y potente el mar contra nosotros, que una ola me revolcó arrancándome el tubo y arrastrándome contra los corales. Me apuré y pedí ayuda a Fernando, que rápidamente me auxilió, recuperó mi tubo y emprendimos la vuelta hacia la dingui por donde habíamos venido. Es muy difícil bucear por la parte de fuera de la barrera, a barlovento, si no es a profundidad con las botellas, porque lo menos que te puede pasar es lo que me ocurrió a mi. Así que tuvimos bastante para ser el primer día y emprendimos, ahora casi surfeando, la vuelta al barco.
Aquella noche nos pusimos guapos y nos fuimos todos a cenar a uno de los hoteles con TI (todo incluido) que era conocido porque su control era nulo, de manera que entramos como unos turistas más hospedados allí, cenamos gratis y nos tomamos unos cuantos mojitos mientras veíamos el espectáculo, para luego coger un bus de vuelta a la Marina, donde se trasladaba el show al escenario de la plaza que había frente a ella.
En cuánto los chicos se retiraron a dormir, nosotras empezamos a bailar sin parar con unos y otros. Y entre mojito y mojito y salsa y salsa, conocimos al jefe de cocina de uno de los grandes hoteles de la isla, y desde ese momento solo vi cebollas y tomates bailando al son cubano, los que tanta falta nos hacían y no habíamos conseguido en comisaría, así que le ofrecí un trueque con el último móvil que me quedaba.
Una gran sonrisa y alegría hubo a bordo cuando puntualmente apareció a la mañana siguiente con una bolsa llena de tomates y cebollas, y el capi me felicitó por mi negociación y aprovechamiento de la fiesta.
Increíblemente a la mañana siguiente, por muchos mojitos que tomes, no tienes resaca, dicen que es porque el ron blanco es puro y no lleva aditivos como el negro. No sé si será por ello o no, pero el caso es que todos estábamos frescos y sin dolores de cabeza, así que como habíamos previsto, Fernando y yo soltamos amarras a primera hora de la mañana, mientras el resto de la tripu todavía dormía, rumbo 260º a Cayo Rosario, unas 20 millas. Inicialmente el viento lo tuvimos todavía de SW pero más flojo que el día anterior, así que tuvimos que ir a motor, aunque sacamos la mayor para estabilizar. Tras el F8 que sufrieron en Gran Caimán, lleva montada la vela Mayor que tenia de respeto, la que inicialmente tenía el barco pero sin sables, así que no pintaba muy bien sin ellos y la baluma era imposible conseguir que portara bien.
Poco a poco fue apareciendo la tripulación, primero Rubén, al olor de las tostadas del desayuno, y luego Maribel. La última fue Mina, que hábilmente dopada, aguantó el máximo tiempo durmiendo para evitar el mareo. Yo hacia de “ya que…” y ya que bajaba les procuraba todo lo que necesitaban de abajo, para que nadie bajara y se arriesgara al mareo durante la navegación. Y entre ángelus y salón de manicura en cubierta, pasamos prácticamente la travesía y aún pudimos incluso sacar el Génova y navegar unas millas a vela, al cambiar el rumbo a 293º poco antes de arribar y rolar el viento y establecerse el normal NE de estas latitudes.
Al llegar al punto de fondeo (21º36,58N 81º 56,93W) que ya Fernando tenía marcado de anteriores travesías, divisamos a lo lejos al oister, cuyo capitán también conocí la noche anterior en la fiesta y me dijo que pondrían el mismo rumbo que nosotros. Buscamos un clarito para echar el hierro en arena y Rubén y yo nos fuimos a proa para hacer la maniobra. Teníamos que tener cuidado y mas equilibrio del habitual, ya que el balcón de proa está puesto provisional, tras el golpe que sufrió recientemente también contra una boya, un arreglo de fortuna hasta que pudieran reparar cuando arribáramos a Cienfuegos. Dos veces repetimos la maniobra para quedarnos donde queríamos y nos tiramos al agua con gafas y aletas, para revisar el ancla. Todo parecía perfecto, arena y posidonia. Esa misma tardes nos fuimos ya a bucear con la dingui, a una marca que teníamos a Er, no muy lejos del barco, un pargo y un pequeño merito serían la recompensa, el pargo para hacer caldo y el merito para cenar y como no, algunas langostas. Tendríamos que aprovisionarnos cada día ya que en el súper no pudimos hacerlo.
Las chicas alucinaban con la gran cantidad de peces de colores, langostas, etc, que vimos, prácticamente a solo 3 o 4 m de profundidad, y pudieron corroborar lo que tantas veces les había contado, que Fernando se transformada en un gran depredador cuando se ponía su escafandra y su fusil de pesca.! Lamentablemente mi cámara se estropeó un día antes de viaje, así que no podría estrenar mi carcasa y disfrutar de la fotografía submarina que es lo que a mí me gusta, por lo que me limitaría a seguir a los pescadores siempre de cerca pero con prudencia.
Volvimos a bordo justo para disfrutar de la primera puesta de sol, con unos Güin tonics salinizados, gracias a que el capi había resguardado de las dos tripulaciones anteriores, mis tónicas. Quedando instaurado el sunset cada tarde, y nos hartamos de hacerle y hacernos fotos todos en proa, donde montábamos la zona chill-out con las hamaquitas en cada fondeo. Ya cuando la noche nos cubrió y con ella su manto de estrellas, sacamos el Celestrón y empezamos a leerlas. Este telescopio electrónico es alucinante, ya que no solo te dice el nombre del astro o planeta al que apuntas, si no que te cuenta toda la historia. Mina y Maribel se quedaron encantadas, sus rostros lo decían todo, los rostros de todos desprendían paz y felicidad de estar allí compartiendo tan extraordinarios momentos!
Por las noches después de cenar había sesión de cine, en una memoria externa nos han copiado más de 500 películas, así que teníamos para elegir, aunque Rubén se empeñaba en seguir el riguroso orden de grabación y solo consentía que nos saltáramos las de miedo. Era nuestro camino previo hasta que íbamos cayendo rendidos a la seducción de Morfeo.
Al día siguiente seguiríamos allí, así que por fin, no tuvimos que madrugar, aunque la luz te despierta bastante pronto y con ella se activan mis tripas y tras ellas ya estoy pensando en no desaprovechar durmiendo ni un solo momento más. Esa es mi eterna lucha con el sueño. Ni corta ni perezosa, me levante e incité al capi a hacerlo conmigo, para darnos nuestro primer chapuzón en pellejillo y aseo personal en popa, es de lo que más me gusta, a pesar de que en el Rebeca no hay problemas para darte una ducha de agua dulce y calentita a diario, al tener la potabilizadora, yo prefiero el agua de mar y hacerlo a la antigua usanza. No tardaron en copiarme las chicas, el único que se hace el remolón es Rubén, que a estas horas huye del agua como un gato y solo cambia su camarote por una colchoneta de los bancos de popa!.
Aquel día el capi ya nos agasajaría con la primera paella de langosta en popa, pero antes, y tras ordenar y limpiar entre todos el barco, nos iríamos nuevamente a dar un paseo por los corales. Hoy un poco más lejos pero en la misma dirección. Amarramos la dingui a una marca de señalización y nos tiramos, hoy iríamos todos juntos, era lo mejor para no despistarnos. Nuevamente el fondo era generoso. Nada más tirarnos vimos una morena asomar de su cueva, y poco después, langostas a diestro y siniestro como si hubieran salido de paseo. El capi se volvía loco cogiéndolas, ahora ya todo un experto, lo hacía con las manos, de manera que podía examinarlas y si era hembra y estaba huevando la soltaba de nuevo. También los botutos iban de paseo por el fondo de arena, lentamente y como en procesión, unos detrás de otros. El sol brillaba intensamente hoy, así que la luz era maravillosa y todo parecía más bonito si cabe, y los colores más vistosos. Al cabo de un par de horas, decidimos volver hacia el barco, con la compra ya hecha, para tomarnos el merecido ángelus y empezar a preparar la paella.
La travesía del día siguiente era corta, unas 10 millas a Cayo Guayano del Este, así que no madrugamos pero igualmente para el ángelus estábamos ya fondeados frente a un peculiar Faro (21º39,87N 81º02,55 W). El típico alto de franjas rojas y blancas, como sacado de un cuento. Vimos un par de personas y un perro así que cogimos una botellita de ron, un par de camisetas y en la dingui bajamos a saludarlos. Eran dos fareros que hacían su turno mensual, un mes trabajan, uno pasan en casa, no estaba nada mal, el sitio es espectacular, si te llevas bien con el compañero y tus fantasmas los tienes bien enterrados puede ser el trabajo ideal, pensé! . El cayo era pequeño pero nos dijeron que en la punta había una pequeña playa y nuevamente las chicas, quisieron hacer piernas y hacer un rato de caminata por tierra. El capi, más previsor, volvió a por la dingui para recogernos con ella. Por la tarde, mientras ellas hacienda en las hamacas la siesta, nosotros bajaríamos a tierra para que nos enseñaran el faro por dentro y subir hasta lo más alto (237) y a cambio nosotros les enseñaríamos el “yate” por dentro, pues nunca habían visto uno, -normalmente la gente no bajaba a saludarlos-, nos dijeron. El buceo no fue nada espectacular, el coral era bastante escaso comparado con los días anteriores, pero la visita al faro fue una gran experiencia y las fotos desde arriba espectaculares. La única pena es que era nuestro último fondeo.
La meteo se cumplió y el viento roló durante unas horas, por lo que borneamos y nos quedamos justo al revés, con la popa a tierra. Menos mal que no lo movimos como nos dijeron los fareros, pues deben de ser buenos en su oficio pero de navegar me temo que no tenían ni idea. De manera que empezamos a oír unos golpes secos sobre el casco, era una boya blanca que señalizaba una jaula que tenían para pescar y que habíamos visto buceando. Nos tocó trincarla con el bichero y lanzarla más lejos, hasta esperar que se diera de nuevo el role y nos quedáramos bien, con proa hacia tierra.
Nuestro último amanecer fondeados fue bien temprano, nada más empezar a clarear y antes de que amaneciera ya estábamos en pie el capi y yo levantando el fondeo, hoy teníamos otras 40 millas hasta Cienfuegos y viento en contra del NE, por lo que no sacamos ni la Mayor. Con lo mal que me sienta el ronroneo del motor, la travesía en este viaje no había sido para disfrutar de las velas desde luego, me consolaba pensando que ahora para jugar con las velas teníamos al Libertyenlamar, ¡menos mal!. Sin embargo todo lo demás, estaba resultando ideal, ya en varias ocasiones las chicas habían declarado sus pocas ganas por regresar y su voluntariedad para colaborar en lo que hiciera falta con tal de ganarse una plaza indefinida a bordo…jajaja… Aunque mucho no debían de esforzarse, sobretodo Mina, que acabamos llamándola “la keli” ( la que limpia), porque aunque tardía en sus amaneceres, se levantaba enérgica y voluntariosa y se ponía a fregar y limpiar óxidos de los aceros bajo la sonriente mirada del capi. Mi tarea favorita es lavar, así que en casi todos los fondeos, me apresuraba a montar un cabo de un obenque a popa y tender toda mi colada, al mejor estilo transmundista!.
En general los cubanos son buena gente, y te ofrecen ayuda rápidamente para todo, a veces demasiada, porque pecan de pesados por llevarte y por indicarte, en busca de la propina segura. Los trámites son muy tediosos pero también hemos aprendido a suavizarlos con la correspondiente atención a sus oficiales, en esta ocasión además de las coca-colas a bordo, conseguimos la prórroga de la estancia del barco gracias a 20 cuc de propina al oficial y un tarrito de crema facial para la mujer del capitán.
Y la mejor noticia fue un puestecito de fruta en la puerta de la marina que nos permitió celebrar con una piña troceada la arribada y el fin de la travesía por mar, aunque aún nos quedaban unos días de aventura por tierra.
Salimos a pasear ya entrada la noche y cenamos en un palacete próximo a la Marina, que nos contaron había construido un millonario a su amada, de estilo árabe que nos recordaba a la Alhambra y que ahora albergaba una bodega en sus sótanos y varios restaurantes. Nosotros elegimos el de la terraza, un buffet libre criollo por solo 10cuc por persona. Luego un paseo y como los ratones, llegamos a una terraza con música de salsa, pero como no dejaban entrar a Rubén, le acompañamos a dormir al barco y nosotros volvimos. Hubo un espectáculo, no muy bueno por cierto, a pesar que era un local de lugareños y no de turistas, seguido de baile, del que nos retiramos rápido Fernando y yo para volver con Rubén, pero las chicas se quedaron y disfrutaron hasta el final intentando perfeccionar sus bailes con los maestros de la salsa cubana!
El día siguiente sería el último a bordo del Rebeca y se lo dedicaríamos a él desde primera hora, arranchando y limpiando a fondo, unos por fuera y otras por dentro, hasta dejarlo impoluto. Por la tarde, paseo a la ciudad. Muy limpia, con casas muy bien cuidaditas, primero se nos ocurrió la genial idea de coger un bus pero rápidamente descubrimos que había sido una fatal idea cuando pudimos comprobar que no había control de número de personas y que los olores y empujones acababan siendo insoportables. Al final ya en la ciudad, cogimos un par de carritos tirados por sendas bicicletas, para que nos enseñaran el centro y nos buscaran un bonito lugar para cenar. Eran un padre y un hijo, pero con la misma agilidad y fuerza ambos, ya que los adelantamientos se sucedían sin cesar y nosotras aprovechábamos entre risas, para dispararnos fotografías o fingir que nos llamábamos por teléfono interno,…jajaja… .Y así llegamos a un precioso restaurante, donde su dueño, un gran anfitrión, nos recibió y atendió de maravilla. La camarera nos cantó un par de habaneras que hicieron arrancar las lágrimas de Maribel, a las que ya estábamos acostumbrados a estas alturas de la travesía, por su gran sensibilidad y emotividad actual, así que cada vez que la veíamos ya nos partíamos todos de la risa y ella también. Un baile final entre el dueño con ella y con la camarera acabó de alegrar la escena y puso el punto final, no sin antes recibir una invitación de éste a hospedarse en su casa si algún día regresaba, ¡había ligado!.
De vuelta de nuevo a la marina en los carritos de las bicis, lance la propuesta de irnos a bailar ya que era la ultima noche, pero no fue recogida, así que me conformé en la bañera, con un roncito como única compañía y recordando buenos momentos pasados con el cd de “para dormir o para lo que sea” y mirando las estrellas.
Un monovolumen nuevísimo nos esperaba tempranito a la mañana siguiente, para llevarnos a la Habana, unas 5 horas de carreteras cubanas, que como imaginábamos, no estaban en muy buen estado.
Al llegar a la Habana nos alojamos nuevamente en habitaciones de una casa particular y nos dirigimos a un paladar cercano (como llaman los restaurantes o casas que dan de comer) y por la tarde haríamos paseo turístico por el centro de la Habana, ya que en esta ciudad no se puede decir el casco antiguo o la ciudad vieja, ¡porque todo lo es!. Rafaelito, nos hizo de guía y nos llevo en un carro que había alquilado expresamente para nosotros. Fernando le conoció en sus viajes anteriores y por la confianza le llamó.
Estuvimos en la Floridita tomándonos una auténtica Caipiriña y luego paseamos por una de las calles paseo hasta la catedral, donde volvimos a tomarnos algo en su plaza, donde estaban un par de santeras para leerte la suerte o la buenaventura, pero ni nos acercamos. La lentitud todavía nos desesperaba, a pesar de estar ya al final del viaje no nos habíamos acostumbrado.
Un par de mojitos frente al Malecón, que se pone a tope de gente sentada en él a partir de que cae el sol y hasta la madrugada y otro en la terracita del Hotel Nacional, fue todo lo que nos permitieron por ir con un menor de edad, pero no hubo problemas, así estaríamos frescos para volver a hacer turismo el próximo y ultimo día. Aunque al final lo dedicamos a ir de compras a un mercado en el puerto, para llevar algunos regalitos a la familia, mientras dejábamos a Fernando descansando en la habitación y luchando con un fastidioso dolor de estomago. Por la tarde, ya todos juntos de nuevo, pondríamos el punto final a nuestra estancia en esta peculiar ciudad, con unos cuantos mojitos impregnados de buena música en directo en la mítica “Bodeguita del medio”, dejando también huella de nuestro paso firmando en sus cristales, maderas, paredes, que están a rebosar por el paso de tanta y tanta gente por ella……..¡No nos queríamos ir!!........fue la frase más repetida del viaje y, realmente era así, había sido una singladura tan estupenda que nos hubiera encantado convertirla en un viaje sin regreso.
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