BAUTIZO RUMBO A FORMENTERA

"En nombre de todos los que han navegado a bordo de este barco en el pasado, y en nombre de todos los que puedan navegar a bordo de él en el futuro, invoco a los antiguos dioses del viento y el mar para que nos den favor y su bendición, ahora, en este momento. Poderoso Neptuno, rey de todos las aguas y mares, y Eolo , poderoso guardián de los vientos y tempestades…
Nosotros os ofrecemos nuestro agradecimiento por la protección que habéis brindado a este barco en el pasado. Expresamos nuestra gratitud por que siempre ha encontrado refugio en la tempestad y la tormenta y disfrutamos de un viaje seguro a buen puerto.

Ahora, por tanto, nos sometemos a esta súplica, el nombre con el cual este barco ha sido hasta ahora conocido como ALITAN va a ser borrado y retirado de sus registros. Y por ello, os pedimos que nos deis de nuevo vuestras bendiciones para este nuevo nombre, al que se reconocerá y se le concederá una vez más, los privilegios iguales que antes disfrutaba con su anterior nombre.

A cambio de lo cual y con pleno conocimiento, prometemos que este barco se someterá siempre a las leyes inmutables de los dioses del viento y el mar. En consecuencia de lo cual, y de buena fe, sellamos este pacto con un brindis ofrecido de acuerdo con el ritual sagrado del mar. "
"Yo llamo desde este momento a este barco LIBERTYENLAMAR que traerá vientos favorables y buena suerte a todos los que naveguen en el.”

Y rociando el casco y la cubierta con una botella de champán, sellábamos este pacto con el mar y el viento y nos hacíamos al mar, ¡rumbo a Formentera!.

Sería la primera travesía de altura para el nuevo Libertyenlamar y para alguno de los miembros de su jovencísima tripulación. También la primera para su patrona como armadora…, así que todo era emoción e ilusión. Eolo se antojaba generoso, en intensidad, aunque no en rumbo, pues la previsión era NE y finalmente teníamos puro E, por lo que no pudimos prescindir del motor durante toda la travesía, con la Mayor arriba con un rizo, porque la intensidad era de 20 nudos, y a pesar de tener el mar en contra, conseguiamos una media de 6,5 nudos.

Poco después de la 01 a.m. HRB arribábamos a la playa de la Sabina, junto a la bocana del puerto y sorteando la cantidad de veleros que allí yacían, echamos nuestro fondeo justo en frente del Tiburón, ayudados de la débil iluminación de la Luna, que a pesar de estar completamente llena, no podía brillar como es habitual, por los suaves cumuloninbos que cubrían el cielo y que también nos impidieron ver las lágrimas de San Lorenzo, la famosa lluvia de estrellas que en estas fechas hay todos los años. Únicamente un par de ellas pudimos ver los que estábamos más atentos, durante la breve parte nocturna que tuvo la singladura.

Como no podía ser de otra manera, a la mañana siguiente inauguramos nuestra estancia con un chapuzón por popa en pellejillo, dejándonos envolver por las aguas turquesas de esta isla y antes de que el resto de la tripulación, demasiado joven y demasiado pudorosa todavía, se levantara. Una vuelta al casco del precioso Libertyenlamar, como el que mira y remira al todavía recién adquirido compañero, intentando asimilar toda su grandeza.

Ya en el primer encuentro con la tripulación, antes de zarpar, fijamos los turnos para cocinar y fregar, así que puntualmente por la pareja de guardia, estaba un suculento desayuno con tostaditas, zumo de naranja, café recién hecho…era imposible desear nada más.

La noche anterior al llegar, nuevamente nos falló el molinete eléctrico para echar el fondeo, a pesar de que acababan de cambiarle la caja de relés. Así que subir el fondeo suponía sufrir un par de espaldas por lo menos y como no soplaba absolutamente nada de viento para disfrutar de unas millas de navegación a vela que hicieran valer la pena el esfuerzo y fondear en Espalmador, decidimos finalmente quedarnos allí y estrenar nuestros equipos de snorkel para ir nadando hasta la playa.

Sorprendentemente, además de un gran campo sembrado de anclas, vimos algunos bancos de peces, reconocimos incluso algunos pargos y pudimos comprobar el gran bajo de rocas que hay justo llegando a la playa frente al Tiburón, por ello el balizamiento en forma de S que hay para llegar con las dinguis.

El paseo por la playa no fue muy largo, gracias al abrasador Lorenzo que sobre nuestras espaldas nos empujaba a volver al agua y nadar hacia el barco en busca de nuestro merecido ángelus. Aunque la distracción durante éste y, desgraciadamente una vez más, fue una lamentable maniobra de una embarcación de motor, que acabo enganchando la cadena del velero que teníamos a nuestra popa, un nuevísimo First 50, que su asombrado armador veía como arrastraban desde el agua, y al que intentaba volver más que nadando, corriendo sobre el agua, ¡menudo susto! finalmente consiguió alcanzarlo y a duras penas deshacer el entuerto, que sin embargo el tractorista negaba reconocer por su torpeza.

Aquella noche teníamos reserva en el Molí de la Sal, así que mientras Ferdy y yo nos dedicábamos a fijar el nuevo nombre al Libertyenlamar a ambos lados de su casco, la bañera se convertía en un salón de belleza, eso sí, todo con agua salada. Aquí no hay potabilizadora como en el Rebeca, y en estas fechas no se puede entrar fácilmente a puerto para llenar los depósitos de agua, así que una de la primeras instrucciones de la reunión inicial, fue la concienciación del tratamiento de oro que había que dar al agua.

Como la dingui está francamente de pena, pues su anterior armador la tenía abandonada en el pantalán y además todavía no he conseguido un motor fuera borda para ella, llamamos al restaurante para que vinieran a recogernos y ya con la tímida puesta de sol, debida a las nubes que persistieron durante todo el día, nos alejamos del Libertyenlamar para premiarnos con una estupenda cena en el incomparable escenario que se disfruta desde los ventanales de este restaurante.

La vuelta fue temprana por la limitación del taxi-dingui, pero continuamos la tertulia con los Gin Tonics a la luz de las velas en la bañera del barco, bajo la atenta mirada de la luna a la que no pudimos resistirnos y como si de un imán se tratara, consiguió que fuéramos cayendo uno a uno al agua, ¡hasta los más jóvenes y hasta los más pudorosos ¡

Ya era mucho tiempo fondeados para esta alma inquieta, así que, tras el chapuzón matinero y el suculento desayuno, arranchamos todo, subimos el ancla, con la inestimable ayuda de los músculos del joven Jorge y abandonamos la Sabina para navegar a vela hasta Cala Saona.

Hoy sí que la conjunción era perfecta, unos 15 a 18 nudos de E que nos permitieron izar todas las velas, Génova y Mayor, y lucir todo su esplendor de kevlar. Primero en un largo, que fuimos cerrando hasta un través y finalmente una ceñida. Arribamos a nuestro WP a más de 7 nudos, con la colaboración de toda la tripulación amateur, a la que le resplandecían sus caras, ansiosos de experimentar y saber, ¡qué gozada!.

Una vez más el intenso color turquesa, de esta cala, nos sorprendió. Echamos el ancla tras un rápido reconocimiento y consenso entre Ferdy y yo, tras el que colocamos rápidamente el pequeño toldo que nos diera sombra y nos tiramos de cabeza al agua. Supongo que la curiosidad y la cabezonería nos llevaron a descubrir que el molinete eléctrico funcionaba, era un conector que no habíamos puesto en on. Fallos de la falta de conocimiento y compenetración que todavía nos falta con el Libertyenlamar, pero que nos dejaba más tranquilos y relajados.

Algunos bajamos a remo a la playa para contratar unas motos y poder ir de excursión por la tarde al mercadillo de “La Mola” que al parecer es el más grande y típico de Formentera y que yo realmente aún no conocía. Pero el descubrimiento de un pequeño problema en el motor que nos producía una fuga de agua, entretuvo al mecánico de Ferdy hasta la puesta de sol, por lo que finalmente nuestra excursión acabó en San Frances, lo suficiente para aprovisionarnos con un poco de silicona para juntas y un nuevo vestidito ibicenco.

Volvimos ya de noche a la playa. Las dinguis las habían subido todas a la arena, todas menos la nuestra, que seguramente creyeron no valía la pena, ¡snif!...pero tuvimos la suerte de que otra que zarpaba en ese momento con un único tripulante, nos echara un cabo y nos remolcara hasta nuestro barco. Nos habíamos aprovisionado de un par de pizzas que junto con una ensalada de canónigos con gulas y unas leves copitas, nos hicieron rendirnos a todos rápidamente a Morfeo.

Al amanecer, con los primeros tonos rosados del día, subimos el hierro, Ferdy en proa y yo al timón, con mucho cuidadito para esquivar a los vecinos que por el borneo habían quedado demasiado próximos, y poner de nuevo rumbo a la Península y llegar al fin de esta singladura.

Inicialmente la previsión era buena, de la calma chicha se supone que pasaríamos a tener un flojo Levante que nos empujaría por la popa, pero nada de ello ocurrió, y en la primera hora de motor ya pudimos comprobar que la silicona no había sido suficiente y que el impeler no devolvía el agua al mar sino a la sentina, por lo que tuvimos que parar y ponernos a achicar en turnos de media hora, cubo y esponja en mano. Mientras intentábamos idear, estilo Magiber, cualquier solución. Mascamos todos los chicles que encontramos a bordo para intentar taponar rellenando un tapón de agua, pero nada, el agua lo acababa empapando y no hacía nada. Finalmente la cabecita de ingeniero de Ferdy, ideó utilizar la nueva manguera para conectarla a la bomba de la sentina del fregadero y así liberarnos de tan engorrosa y calurosa tarea. Porque Eolo seguía sin acompañarnos, hasta que alcanzamos el Leveche que siempre hay en las Serranas del Montgó y que nos permitió rematar las dos últimas horas de la travesía a vela.

Ya dentro de la bocana nos dirigimos a la gasolinera para repostar, pero precisamente el fuerte Leveche me hizo errar en el primer intento y tener que repetir la maniobra. Con toda la calma que pude, a pesar de las múltiples indicaciones que me llegaban desde proa, desde el pantalán y hasta desde una moto de agua, ¡caramba como se ponen cuando ven una mujer al timón!. Finalmente salió la maniobra y también la siguiente, en el pantalán de espera, abarloados a un precioso Ketch, para poder llenar los tanques de agua y plegar las velas.

Ya la tercera maniobra para atracarlo en su amarre salió bordada, toda la tripulación colaboró en arranchar y pusimos el punto final brindando con mi querida Doña Anna. Una primera travesía para algun@s, una nueva travesía para otros, pero una satisfactoria travesía para tod@s, llena de nuevos conocimientos y reconocimientos, de las cosas del mar y de la tierra.

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