NAVIDADES EN EL CARIBE

Hacia más de 4 meses que no podía cogerme vacaciones para poder volar y navegar de nuevo con el Rebeca, así que esperaba ansiosa su inicio y durante las ultimas semanas solo me imaginaba fondeada en algún lugar paradisiaco, como los que ya habíamos descubierto hasta ahora, mientras esperaba paciente a disfrutarlo.



Ya conocíamos de sobra el archipiélago de San Blas, por lo que a pesar de saber que se darían cita en él algunos de los barcos ya amigos para celebrar el fin de año, nosotros decidimos seguir haciendo millas. En primer lugar planificamos una ruta de unas 220 millas hasta el archipiélago de San Andrés, unas islas de Colombia que se encuentran frente a Nicaragua. Intentaríamos conocerlas bien, tanto San Andrés, la principal, como Providencia, a unas 60 millas, ambas con abundantes vestigios del paso del famoso pirata Morgan. Si nos apetecía navegar más, pues a lo mejor llegábamos hasta Gran Caimán, otras 300 millas más al norte. Todos esos eran nuestros planes, y nada nos podía hacer sospechar entonces, que a penas se cumplirían.



Aterrizamos en Panamá City el mismo día de Navidad, y a pesar de las ganas que teníamos por llegar y ver el Rebeca, nos quedamos a dormir en la ciudad, ya era de noche, aquí anochece a las 18:30 p.m., además las 6 horas menos y las 12 horas de viaje, nos habían agotado a los tres, así que nos hospedamos en el Hotel Victoria’s Suit y salimos a cenar al casco antiguo de la ciudad, ya que los dos restaurantes que conocíamos de viajes anteriores, bastantes próximos al hotel, no estaban abiertos, supusimos que por las fiestas Navideñas.



La ciudad estaba completamente abarrotada de adornos navideños, como todo en decoración en estos países Suramericanos, cuando ponen algo lo ponen hasta abarrotar, aquí el estilo minimalista brilla por su ausencia. Y a nosotros nos choca ver dichos adornos con 36º de temperatura y vestidos de verano.





Al día siguiente estiramos los músculos en la piscina del hotel, para empezar bien el día, ya que el yet lag nos despertó bien temprano. Luego nos fuimos a un súper e hicimos la compra para la estiba del Rebeca y emprendimos camino con Francisco, el taxista ya habitual de Ferdy en Panamá, hacia Salther Bay, la marina donde se encontraba amarrado.





Era ya mediodía cuando arribamos, tras más de dos largas y calurosas horas de coche, con parada en unas esclusas incluida. Así que llevamos las bolsas, estibamos rápidamente, abrimos escotillas para ventilar y nos fuimos al club náutico a comer algo. Estaba realmente bien, al mejor estilo europeo, el mejor hasta el momento de todos los conocidas en el Caribe. Con piscina que incluía un pequeño jacuzzi al aire libre.



Finalmente decidimos que no zarparíamos al día siguiente, como inicialmente habíamos planificado y le dedicaríamos el día al barco. Después de más de un mes solito, y a pesar de que siempre contrata Ferdy alguien para que se lo mantenga, necesita de un buen check-list, en el que siempre salen urgencias imprevistas. En esta ocasión lo más grave era el generador que no arrancaba, más tarde también el motor y hasta un problema con la sentina que nos descubrió el taller inundado, etc, así que ello junto con las formalidades del puerto, retrasaron también nuestro zarpe al día siguiente, ¡día de los santos inocentes!, menos mal que justo ese día llegaban Jose y Virgi -nuestros amigos del Cap’s III- rumbo a San Blas, y pudimos aprovechar para cenar con ellos y charlar un rato sobre los planes futuros.



Por fin el miércoles 29 soltábamos amarras al amanecer, soplaban ya unos 15 nudos en puerto por lo que nos costó poner todas las amarras a la vía para poder ir soltando desde arriba, hasta que llegó Jose para ayudarnos y ya salimos sin problemas. Una inmensidad de mercantes esperaban pacientes su turno para cruzar el canal, así que teníamos que ir adivinando el que estaba fondeado del que estaba en marcha para esquivarlos.



A pesar de tomarnos biodramina, no pude evitar tener toda la travesía mal cuerpo, con ese gusanillo desagradable que no me deja en paz, sobretodo cuando es motor nuestra propulsión.



Teníamos según lo previsto mucho mar de través, que nos balanceaba de Estribor a Babor, con olas algunas de unos 3 metros y luego teníamos viento de NNE que nos obligaba a llevar un rumbo de ceñida para navegar a vela. Pronto subió y pudimos parar motor e incluso tomar algún rizo sin perder nuestra velocidad media de 7 nudos. Menos mal, porque el motor decidió pararse justo en ese momento. Cuando finalmente Ferdy pudo revisarlo, pues no era fácil meterse allí abajo con esa mar, descubrió que nuevamente eran los filtros y tuvo que hacer un apaño provisional y prescindir de ellos en la conexión del gasoil.



En cuanto a temperatura, el día fue bastante agradable, aunque el viento aparente en ceñida, hacia que la sensación térmica bajara y me obligara a ir con mi antirrociones toda la travesía. A las 18:30 HRB después de 12 horas de navegación nos encontrabamos en l 10º35,31N y L80º33,98W habíamos recorrido 86 millas y navegando a vela con un viento de 14 nudos de NE ibamos a una velocidad media de 7 nudos y con rumbo 335º. La noche la pasaríamos ambos en cubierta, a ratos uno despierto, a ratos el otro, esquivando los negritos (nubarrones alternativos que suelen traer lluvia fuerte y mucho viento) y que detectábamos gracias al radar.



Y aunque al día siguiente volvió a amanecer soleado, San Andrés nos recibió con un fuerte chaparrón. La entrada hasta el puerto estaba complicada, balizada con marcas flotantes verdes y rojas que tienden a confundir, sobretodo porque aquí el sistema es a la inversa, la baliza roja debes dejarla por Er y la verde por Br. Según la carta, tanto el plotter como el maxsea, fuera del canal había poco fondo, era una bahía que quedaba a resguardo de la barrera de coral, en la que se divisaban varios barcos varados contra ella y dentro de la bahía también habían muchos medio hundidos, por lo que no era muy alentador el arriesgarnos sin conocer. Así que muy muy despacito, a solo 1 nudo, avanzamos unos 10 m fuera del balizamiento y con una sonda de unos 3m echamos el hierro en una mancha clara de arena.



Desde allí bajamos a tierra con la dingui, para enterarnos e inspeccionar posibilidades, pues el lugar desde luego no parecía seguro para dejar al Rebeca fondeado y volver a España nosotros. Había un pequeño embarcadero rotulado “Nene’s Marina” y allí nos dirigimos. Era el auténtico embarcadero caribeño, hecho de retales de todos los barcos que habían ido desbalijando y de su techo colgaban camisetas de marineros de casi todas las partes del mundo. Un pintoresco lugar con personajes muy peculiares pero que nos recibieron muy amablemente y rápidamente llamaron a un agente de aduanas para que hiciéramos la entrada en el país. Y nos ofrecieron amarre junto a otro velero de 47’ americano recién arribado y nos indicaron por donde debíamos entrar para no tener problemas de calado.



Quedamos en hacerlo todo a la mañana siguiente con buena luz, esta noche la pasaríamos en el fondeo. Y no la pasamos mal, a pesar de que siguió soplando bastante toda la noche, pero el ancla se había clavado bien. A la mañana siguiente me daría el único baño matinero en pellejillo de estas vacaciones, aunque entonces todavía no podía ni sospecharlo.





Los tres muy atentos, Ruben en proa se encargó de subir el fondeo, Ferdy en el timón y yo yendo y viniendo entre los dos y pendiente de la dingui para pasarla a la amura, fuimos aproximándonos al pequeño embarcadero, siguiendo fielmente las indicaciones que nos habían hecho, entre barcos pesqueros fondeados y hundidos.





La maniobra no fue nada fácil, había que echar el ancla aproados para luego caer a Babor y echar rápidamente la amarra al muelle para que el fuerte viento no nos abatiera contra un barco enorme de hierro, de esos que hacen de golondrinas, que se hallaba también amarrado allí. Pero Ferdy lo bordó, tiene una gran maestría al timón y en poco tiempo estábamos ya sujetos por popa y ajustando la distancia de las amarras. Posición 12º34,70N 81º41,86 W.



Pensamos dedicar ese día a ver tierra, por lo que alquilamos un carrito de golf, la isla estaba llena de ellos. Y nos acercamos al aeropuerto para sacar los billetes de regreso a Panamá. También preguntamos para ir a Providencia, la otra isla a 60 millas que teníamos ganas de ver y que a lo mejor la meteo no nos permitía, pero finalmente decidimos que si no podíamos ir navegando, no iríamos, como al final sucedió cuando volvimos a consultar la meteo y comprobar que subía el viento, rolaba a N y venía mucha lluvia. Lo que nos obligó a decidir, a pesar de nuestros grandes deseos por conocer Providencia y seguir navegando, que lo más prudente era mantener el barco amarrado y dedicarnos a hacer turismo terrestre y quizás aprovechar Ruben y yo para sacarnos el titulo de buceo.



Era fin de año, así que preguntamos en varios de los hoteles que abundaban en la isla, para ir a la cena de San Silvestre. La mayoría estaban repletos y no quedaban boletos, como dicen aquí, pero finalmente encontramos y nos decidimos por el Arenablanca, que lo tenía organizado en su zona exterior alrededor de la piscina. Muy caribeño, aunque muy caribeña fue también la noche y los chubascos intermitentes no dejaron de hacer presencia durante toda la velada.



El día de año nuevo lo dedicamos a inspeccionar toda la isla en el carrito de golf. Tenía una única carretera que la circuncidaba. La zona de sotavento era mucho más tranquila, con un fondeo que esperabamos poder probar con el Rebeca, aunque no pudiéramos cruzar a Providencia, queríamos navegar y bordear toda la isla.



Sus gentes eran alegres, en muchos bares todavía duraba la música, aunque no necesariamente por ser año nuevo pues en cualquier rincón o casa había música de salsa con grandes altavoces a cualquier hora. Las calles siempre abarrotadas de motocicletas, aparentemente sin mucho control pero todos parecían saber donde y como ir para pasar a la vez. Algunas casas medio chabolas, se mezclaban con otras muy buenas, muchas diferencias, al igual que socialmente suponemos que también existirán. Y muchas iglesias, baptistas y adventistas casi todas, y mucha gente orando dentro de ellas. La vegetación era frondosa a ambos lados de la carretera, aunque no tiene mucha altura sobre el mar.



Finalmente al día siguiente, tuvimos que rendirnos ante el parte meteorológico y abortar nuestras ilusiones de navegar. Así que nos dirigimos a la escuela de buceo de Werner, un alemán que había conocido Ferdy, cuando voló meses atrás con su amigo Jose María para bucear. Dispondríamos de 3 días, podríamos hacer 2 inmersiones al día, suficiente para sacarnos el Padi, tanto Ruben como yo. Por lo que dicho y hecho, al día siguiente y así durante tres, a las 8:15 a.m. estaríamos presentes dispuestos a salir.



Unas breves explicaciones e hicimos la primera inmersión. Para mi el regulador no fue mucho problema porque ya había hecho un par de bautizos con amigos, pero Ruben que era su primera vez también se familiarizó rápidamente y no tuvo ningún problema. Venían dos chicas más para las que también era su bautizo y que desistieron tras esta primera experiencia. Nosotros nos aplicamos mucho, nos estudiamos y vimos los DVD, realizamos los test y los exámenes teóricos y seguimos con las inmersiones durante los siguiente días, a pesar de la lluvia torrencial y el bravo mar que nos recibió cada día. Werner transmitía mucha tranquilidad y seguridad, dos cosas esenciales para el buceo. Hicimos ejercicios de quitarnos el regulador, las caretas, compartir aire con el compañero, cerrar la botella y quedarnos sin aire, así como controlar nuestra flotabilidad. Vimos algunos lugares muy interesantes, barcos hundidos, bancos tremendos de peces que se empeñaron en comerse mis melenas, tremendas rayas…..pero lo que no conseguimos en este viaje, ni en el par de salidas de snorker que hicimos por nuestra cuenta, fue unas buenas langostas, para que nos hiciera una paellita de las que nos suele ofrecer el capi.



Así transcurrieron nuestros días, buceando por las mañanas, a pesar del mal tiempo y la mala mar y paseando bajo la lluvia por las tardes, a través de la inmensidad de calles de la zona nueva, todas tiendas de dutty free como en los aeropuertos. Aunque solo compramos unos detallitos el día de reyes. Justo ese día al volver de nuestras compras, nos abordaron en el pequeño bar de la marina para pedirnos un buen foco de luz. Al parecer había habido un naufragio y una de las embarcaciones iba a salir con algunos voluntarios más, a buscar a los tripulantes que estaban desaparecidos. Llovía a mares y la noche era totalmente oscura ya que las nubes no dejaban ver la luna, casi llena, que debía de estar detrás de todas ellas. No pudimos quitarnos de la mente la imagen de esos marineros en el agua en esa noche, era prácticamente imposible que los rescataran con vida, pero era admirable la disposición de todos.



El día siguiente, el de Reyes, nos sorprendió un tremendo chubasco después de comer, que nos trajo 60 nudos, nos escoró fuertemente el Rebeca hacia el barco de hierro y nos empujópeligrosamente hacia el pequeño muelle de madera. Menos mal que nos encontrábamos a bordo, arrancamos rápidamente el motor y dimos avante hasta 3 r.p.m., nunca lo habíamos puesto a tanto, y con ello conseguíamos mantenernos simplemente justitos sin tocar. El ancla debía de haberse soltado y no nos sujetaba la proa. Rápidamente un par de chavales, de los que siempre están por la marina, se ofrecieron a ayudar. Uno se tiró al agua con las gafas de buceo y con una amarra que le dimos, para sujetarnos al único muerto que existía y que ya soportaba a los dos o tres yates de motor que estaban amarrados. Luego apareció otro con un pequeño bote de madera al que le dimos el ancla que habíamos recuperado ya y toda la cadena, para que la volvieran a echar. Cambiamos las amarras, ya que se había ido el otro velero americano, y afianzamos todo bien, para garantizar que no volviera a afectar al Rebeca otro chubasco potente, durante nuestra ausencia.



Y así pasamos las vacaciones de Navidad, nada de lo que habíamos planeado sucedió, pero así es la vida en el mar, siempre manda la meteorología y lo único que puedes hacer es adaptarte, cambiar los planes, -que para eso están, para deshacerlos- y aprender de las nuevas experiencias, que haberlas siempre hay las en el mar.


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