TRASLADANDO AL REBECA

Desde Puerto Aventuras en Cancun, Mexico, queriamos llevar al Rebeca a nuestro nuevo destino en St. Maarten y las obligaciones laborales de tierra no nos lo permitian, asi que haciendo uso de la buena solidaridad que existe en el mundo nautico, de las pocas que quedan ya en este mundo, pedimos el gran favor a mi querido capitan y amigo Alberto. El se disponia a cruzar el Atlantico una vez mas para trasladar un catamaran, pero a su llegada a Panama y tras ajustar algunos vuelos y fichar a su amigo Pepe de Albirmarina, se dirigio a Cancun para trasladar al Rebeca por nosotros. Desde España intente hacer de rutier y pasarles via iridium puntualmente el parte meteorologico y la informacion que iban necesitando. Por eso el relato es de ellos, que fueron los protagonistas. En este caso Alberto, que además es un gran narrador, lo fue haciendo en el facebook, donde todos fuimos siguiendo su singladura. Aqui os dejo alguno de esos relatos con los que nos permitieron compartir con ellos algunos de esos momentos...

TRASLADANDO AL REBECA........del facebook de Alberto



ROAD TOWN

Un cigarrilo (cigarrillo?) blanco mantenía constante su posición espacial. Totalmente inmóvil, parecía estar flotando en la nada. Suspendido de nada. Sujeto por nada.
Era necesario agudizar la vista para percatarse de que en realidad aquel cigarrillo (cigarrillo?) blanco se hallaba suspendido entre los labios negros de alguien de ese mismo color. 
Pero exigiendo todavía un poco mas a tu vista podias ver que en realidad aquel cigarrillo era lo único que estaba quieto. El hombre que lo estaba fumando se balanceaba al ritmo de la música. Sutilmente sus hombros seguían el swin en un balanceo casi imperceptible. Suave. Sin tirones. Y todavía más. Sus rodillas flexaban al son del mismo ritmo. Si. Aunque su cigarrillo (cigarrillo?) no se moviese del sitio, el que se lo estaba fumando estaba bailando.
Delante de él una mesa de mezclas. En su mano un micrófono a través del que animaba a quien quisiera escucharle. A su lado unos inmensos bafles por los que salían mil millones de watios de una música que a él solo parecía moverle de aquella forma tan insinuante que ni siquiera la ceniza de su cigarrillo (cigarrillo?) se desprendía. 
Y sin embargo, no cabia duda alguna de que estaba bailando.
En medio de la oscuridad, y forzando un poco más la vista, ves una gran sombrilla de playa protegiendo todo aquel equipo electrónico de posibles chubascos. Y todo eso bajo un árbol, que bien pudiera ser un gran mango, en una especie de solar semiabandonado en el que se encontraban aparcadas algunas de esas jeepetas que tanto gustan por aquí.
Polo azul marino. Pantalones en un tono un tanto más claro y unos Crok beige en los pies. Uno de los cuales seguía también aquel ritmo ineludible. Si. Unos Crok. 
Con su gesto inalterable iba seleccionando en la Play Listo de su portátil los temas que el apetecían escuchar. Si, a él. Lo que le apeteciese a los que allí estaba parecía no ir con él. Aquel Dj ponía música para escucharla él.
Próximos a él se encontraba un pequeño grupo de personas, hombres y mujeres también de color, que aún pareciendo inmóviles, seguían el mismo compás, bien con un pie, con la cadera, con los hombros o con el culo. Pero también era necesario fijarse mucho para observar estos sutiles movimientos. 
En realidad allí todos estaban bailando. Claro que bailaban. Pero más con sus espíritus que con sus cuerpos. Todos sentían aquella música en su interior y era su interior lo que estaba bailando desenfrenadamente. Apenas se veía el movimiento que, sin ellos pretenderlo, se les escapada de dentro.
En la barra algunos estaban tomando una cerveza que acompañaban o no con pollo con ensalada. Otros tomaban una jugo de frutas batido en una legendaria Hamilton con vaso de cristal. Con un buen chorritón de ron, claro. Sus cuerpos también se movían sutilmente siguiendo el mismo ritmo que inundaba todo el espacio, pese a ser al aire libre. Una señora, de color también, deba vueltas de cuando en cuando al pollo que tenia haciéndose al carbón en una barbacoa casera fabricada con un bidón cortado por la mitad.
El olor al pollo al carbón, la música, el ambiente en semipenumbra apenas iluminado por algunas bombillas colgadas, los cigarrillos (cigarrillos?) de todos los que estaban allí fumando, la conversación que en silencio mantenían unos con otros solo con sus miradas, el aire bonachón del anciano de color que servia las cervezas, la sombra sin necesidad de sol de aquel árbol, los cuerpos balanceándose sin moverse de un lado a otro, la cerveza Red Stripe fría, el calor del final de la tarde, que no aún de la noche, todo te envolvía en un plácido bienestar inexplicable.
“Esta acera ya me gusta más” dijo Alex en un momento dado cuando, caminando hacia ninguno de los dos sabia donde, nuestros pies pisaban un cemento parcheado y mal puesto. Fue el instinto de Alex primero, y su oído después lo que nos llevó hasta allí cuando finalizamos con los trámites correspondientes ante las autoridades de inmigración y de aduanas de Road Town en la Isla de Tórtola en la que el mestizaje entre lo sajón y lo afro no llego a culminar manteniendo cada uno de ellos su pureza original. En medio de una ciudad ordenada, limpia y sin ruidos puedes encontrar estas perlas de sabor afro con ritmo como el Reggae y Calipso.
El día había comenzado en la PrivateerBay de Normal Island. Aquella especie de parking con música pinchada por un DJ y puesto de cervezas con pollo al carbón era el mejor de los lugares para completarlo.
Yo mismo crei verme mover llevado por esos mismos ritmos………


Dos días después…….

El diía de ayer, sábado, simplemente lo dejamos pasar. Teníamos una lista de cosas a hacer, pero fue uno de esos días que uno se levanta despacio, desayuna lento, chequea su email y/o FB como antaño se hacía con la prensa, miras los barcos de tus vecinos y los trucos de navegante que cada uno de ellos adopta, una vuelta por la pequeña ciudad para estirar unas piernas que hacia casi una semana que no caminaba y, cuando has querido darte cuenta tu estomago te recuerda que es la hora de la comida. Un paquete de carne picada, debidamente sazonado con oregano, pimienta, piñones y un par de cosas más que encontré a bordo, junto con una lata de tomate frito "Hida" (la marca favorita de Alex Matás) y salieron unos espaguetti deliciosos. 

A la tarde si que le sacamos algo de rendimiento. Sin carreras pusimos un poco de orden en el interior de Rebeca que todavía habia quedado en el estado natural de 5 días de navegación. Nos aseamos nosotros mismos: ducha larga en la marina; "bodymylk" para intentar quitarte de encima ese tacto aspero de la sal marina, y un buen afeitado sin esas prisas con las que se hace cuando has quedado con alguien.

Compramos tokens en la recepción de la Marina. Pusimos una lavadora, y su posterior secadora, en la lavandería. Incluso compre un par de postales, las escribí y las deje en el buzón de salida. Si, de las que van por el antiguo servicio postal de correo y no por red alguna.

El final de la tarde, ya de noche, cayeron unos intensos, muy intensos, chaparrones. Como siempre, no duraron mucho, pero fueron varios y descargaron muchisima agua. A pesar de todo, en una apertura de cielo, nos acercamos de nuevo al cutrechiringuito de Reggae y Calipso. Nada que ver con la tarde anterior. No había DJ, ni bafles, ni mesa de mezcla. Sólo un altavoz con apenas un par de watios de sonido. El bidón convertido en barbacoa estaba frio y mojado. Nadie se balanceaba, aunque si que seguian fumando aquellos cigarrillos (cigarrillos?). Comimos una hamburguesa vegetal y otra de salmón, por aquello de acompañar la cerveza que, a pesar de que estaría a la misma temperatura que la tarde anterior, ya no tenía el mismo sabor.

Todo sucede en el momento en que ha de suceder. Aceptar que eso pueda escapar de nuestra razonada programación supone un ejercició de adaptación, que no de resignación, muy sano.

Volvimos temprano y acudimos rápido a la llamada de Morfeo. Señal de que todavía quedaba cansancio de estos días atrás


TORTOLA
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THE LAST RESORT.

Magnífico Beach Bar, asentado justo en la pequeña isla que la Trellis Bay tiene en su centro. El contexto es ya espectacular: La bahía rodeándote por todas partes, repleta de veleros, con sus luces de fondeo en el tope de sus palos emulan una gran tarta de cumpleaños cuyas velitas se mecen en la noche. Solo puedes llegar allí en un bote, de modo que en su pequeño embarcadero, sobre el arrecife de coral, hay movimiento de dingys que van y vienen. Unos que se marchan después cenar allí y otros que llegan para ser allí donde tomen una copa.

El Last Resort da buen servicio en todos los palos que toca. No probé su servicio de restauración, pero los que allí estaban cenando parecían disfrutarlo. Música en vivo la oí desde el Rebeca, cuya popa apenas estaba a 60 metros de allí. Lo que si probe, y repetidas veces, fue su coctelería. Agíl y sin pretensiones, pero si de muy aceptables combinaciones hechas de sin florituras pero usando la coctelera. Su “French Kiss” estaba realmente delicioso.

El Alma Matter del local resulto ser el cobrador de la boya a la que nos amarramos. Cuando vino a cobrar sus US$30 nos dio todo tipo de detalles de cómo llegar con el dingy hasta el embarcadero sin tener percances con la hélice en pequeño arrecife, así de la actuación del dia y, obviamente, añadió que el local “se ponía muy bien” y que no dudásemos en tomar allí la primera copa. Copa que él mismo nos prepararía y serviría en la barra.

La noche se alargo allí y ya no fuimos a ningún otro sitio. Algo que hubiese sido inútil puesto que gran parte de los que trabajaban en los otros locales estaban allí tras cerrarlos ya avanzada la madrugada.

FULL MOON PARTY




Desde primera hora de la mañana se notaba un movimiento en los locales de la playa que, incluso sin haber estado nunca allí, se adivinaba que era algo excepcional. Todo el mundo estaba preparando algo. Las parrillas de la BBQ, las bolas de hierro con leña y cartones dentro, mesas y sillas bao las palmeras,… Algo iba a pasar allí esa noche.

Fuimos al cibercafé a tomar un jugo de frutas, bajar una méteo actualizada, chequear el mail y consultar algunos vuelos. Lo normal
en nosotros. La mañana era luminosa y la bahía a rebosar de veleros se veía espectacular. En el espejo de agua no cabía ni un bote más. Aún así, todos estaban a la distancia de seguridad unos de otros y la navegación entre ellos era cómoda.

En uno de los locales anunciaban un “Menu Especial Full Moon” y nos programamos para darnos un pequeño homenaje y cenar allí esa noche.
Bajamos del Rebeca pronto. Sobre las siete y media. Ya de noche, por su puesto. El ambiente ya era tramendo. En el embarcadero de dingys ya tuvimos problemas para encontrar un hueco. Todos los locales bares chiringuitos y garitos tenían mesas enfrente con gente cenando y/o bebiendo. Todos tenían música en vivo. Cada en un género musical, pero siempre afín a estas latitudes (Calypso, Reggae, Jazz, Dancehall, …)


La Luna Llena, la esperada y homenajeada Luna Llena, se presonó sobre todos nosotros. Como en un rito ancestral, las bolas de forja repletas de leña fueron prendidas, y también esos muñecos de hierro. Las músicas caribeñas sonaban por toda la playa. Los zancudos paseaban entre la gente y todos querían hacerse una foto a sus pies. Una artista del Circo del Sol hizo sus acrobacias con los lazos de seda blancos desde una grúas y una bailarina danzaba a ritmo de la música
haciendo sombras chinescas en un gran circulo de tela puesto sobre el tejado del Ciber Café, donde Alex y yo cenamos ese plato combinado de Costillas de Cerdo, Pollo al Carbón, Mazorca de Maiz, patata asada , arroz y vegetales. Todo muy picante. Para animarte a seguir con otra cerveza.

Y así lo hicimos. Tomamos una aquí y otra allá. Nos acercamos hasta el LOOSE MANGOOSE. Sencillamente A d m i r b l e. Otro estilo. Más tranquilo… aparentemente. De ambiente un poco más mayorcitos, pero de esos que tienen el corazón de niño. El trío que allí estaba actuando, vocal, teclados y batería, llenaron por completo su espacio.
Todos estaba bailando y con esas risas flojas de los que llevan un puntito chisposo. La marcha que el de los teclados imprimía a todo el local no soy capaz de describirla con palabras.

La Luna fue caminando en el cielo sobre las luces de fondeo de los palos de los barcos. Las ascuas de la leña de las bolas de fuego se fueron apagando. Pero la música seguía y seguía. Todos seguían allí. La magia celestial había vuelto a impregnar a todos aquellos humanos.


Bienvenida sea tu mágia. Te esperaré con renovados ojos dentro de 28 días.
VIRGIN GORDA
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LA ULTIMA RECALADA

Poco más de cinco millas al Este de Trellis Bay y ya estamos en Spanish Town, en la isla de Virgin Gorda, último lugar de la ruta en el que podemos hacer los trámites de salida de estas fantásticas islas vírgenes británicas.

Spanish Town es lo más tranquilo que hasta ahora hemos conocido de las BVI. Un par de Grill&Bar rodean esta marina y su música, la de siempre claro, pude oírse hasta la media noche. No más allá. Aún así no cuentan con mucho parroquiano.

Playas de arena blanca con palmeras, paseos con unas puestas de sol de anuncio de televisión, aguas turquesas, pequeñas colinas repletas de vegetación, gallos y gallinas zascandielando por todas partes como lo harían nuestros perros o gatos, calorcito sin agobios, morenos y morenas, y cruceristas, muchos cruceristas. Todas y cada una de las ensenadas tienen siempre tres o cuatro barcos fondeados.

Por una de esas casualidades esta mañana, a las 06:30 se daba la salida de una carrera popular de 5 Km. Alex se ha presentado en representación del “Rebeca”. Cuando le envíen el resultado del puesto obtenido reeditare esta nota y sabremos como “hemos” quedado.

Los tramites en aduanas e inmigración ya están hechos. Una compra breve en el super y ... zarpamos.

SAN MAARTEN
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PHILIPSBURG HARBOUR

En el horizonte se ve aparecer un barco por el Oeste. Está lejos, pero incluso de lejos ya se adivina que

es de un tamaño excepcional. Los sonidos del amanecer incluyen algunos más agudos que no reconozco, además de los tradicionales gallos que, por lo visto, cantan igual en todos los rincones del mundo. En St Maarten, como en todo el caribe que conozco, hay muchos gallos. Tantos que su presencia por las calles es tan cotidiana como allá la de perros o gatos. Aquí no sabría si definirlos como animales de corral o de compañía.

El sol se va levantando trás el monte alto, de intensa vegetación verde, que protege la pequeña ciudad de Philipsburg de los dominantes vientos alisios. Frente a ella se abre hacia el Sur una gran bahía que precisamente de ahí recibe su nombre, Groot Baai. En holandéss puesto que ese es el color que la irrefrenable organización de los hombres se ha empeñado en poner a este espacio de la naturaleza en un intento ridículo de asignar pertenencias a unos u otros, como si este monte o esta bahía pudiesen ser de alguien.

La presencia del horizonte ya se va acercando. Se trata de uno de esos grandes cruceros que recorren el Mar Caribe de un lado a otro. Todavía lleva todas sus luces de navegación encendidas.

El “Revenge” a apoyado su proa contra el pantalán que sujeta a “Rebeca” para permitir el desembarco de dos pasajeros. Dos hombres de color cargados con tres maletas que vienen, casi con toda seguridad de Virgin Gorda, puesto que el puerto que lleva inscrito en la popa la embarcación es “Spanish Town”, ciudad donde hicimos la última recalada antes de llegar a este lugar. Su aspecto no es el de turistas sino el de trabajadores del sector turístico. El Revenge es uno pequeño barco de pesca, protegido por ruedas de coche que afean la poca estética que su ingeniero naval pudo atribuir en su día a un barco de trabajo en el mar.

Poco a poco, la ciudad comienza a despertar.

Los comercios de St Maarten pronto estarán operativos. Primero los dedicados a dar de desayunar. Sea cual sea el tipo de desayuno que gustes, todos ellos satisfacerá tus gustos. Bacon, huevos, bollería, zumos, tes, cafe, frutas, carnes, etc etc. Aquí vienen personas de todos los rincones del mundo y todos desayunarán como en sus casas.

Ahora ya puedo contarlas. Ocho plantas sobre la cubierta principal. Despacio pero sin detenerse, el curcero del horizonte entra en su amarre, en el SE de la bahía, encajonandose entre otros dos grandes cruceros que llegarían un poco antes que él. La ciudad y los cruceros están absolutamente sincronizados. Ambos se necesitan. Ninguno sería lo que es él uno sin el otro.

La belleza de las aguas quietas azules y turquesa que apenas hacen ola en la fina arena blanca de la playa, rodeados de ese monte con todos los tonos de verdes que puede imaginarse, desde los verde botella hasta los proximos al amarillo del limón, bajo la presencia del azul limpio de cielo, constituye ya una gran tentación para todas esas personas que oucpan los camarotes de esos cruceros. Si además añadimos la oferta de bucear entre corales, navegación a vela por las playas de la isla, restauración, repostería y coctelería para todos los gustos, la oferta es cada vez más irresistible.

Pronto desembarcarán todas esas personas para comprobarlo. La ciudad ya tiene su propuesta lista. Los horarios de todos los negocios y comercios se ajustan a los horarios de amarre y zarpe de estos cruceros. Durante el dia el paseo de ciudad que está frente a la playa tendrá un ambiente increible de gente de vacaciones disfutando de todo este escenario. Al final de la tarde la bahía vuelve a ser un remanso de tranquilidad. Al ambiente nocturno que queda es muy tranquilo. Un par de Beach Club mantienenmúsicaa en vivo. Esos, y en esos momentos son mis favoritos. Todo el mundo ha hecho ya sus deberes del día y todo el mundo está ya mas relajado. La Philipsburg del día es totalmente diferente al de la noche. Los trabajadores dominicanos se encuentran en otros locales, en los que suena la mejor bachata, la cerveza, “Presidente” por supuesto, se sirve mucho más fría y se habla español.


Los conductores-patrones de los watertaxis llegan con sus bocadillos y fiambreras y ya están arrancando ya los diesel de sus embarcaciones. En su parte más alta se lee el nombre de su parada: “Center os Town Pier” y su anunciante “Diamonds International”, frente a cuyas joyerías siempre hay una parada de este medio de transporte.




La actividad en Phlipsburg ya no se detendrá hasta que el sol vuelva a sacar todos esos tonos rojos del cielo de St Maarten.


Comentarios

Unknown ha dicho que…
No te puedes imaginar cuantas cosas de mi aprendi en ese viaje.

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