DIVINAS EN BUDAPEST

Las conocí hace casi 20 años cuando me separé por primera vez y todas coincidimos en ese estado civil. Actualmente todas están felizmente casadas o emparejadas, pero hemos sabido mantener nuestra amistad quedando de vez en cuando a lo largo de estos años. Y aunque habían navegado conmigo, nunca habíamos viajado juntas. Había que probarlo, así que no dije que no cuando de una de nuestras comidas surgió espontáneamente la idea de hacer un fin de semana distinto y aquel mismo día sacamos vuelos y reservamos hotel bueno apartamentito, para irnos a Budapest. Casi dos meses después de haberlo planeado, allí estábamos las cuatro en el aeropuerto de Valencia más o menos abrigadas para ir a descubrir una nueva ciudad en el centro de Europa. Volábamos con Ryanair y casi todas nos habíamos llevado algo para comer a bordo, pero yo quería acompañarlo con una botellita de vino a la que se apuntó una de las chicas también, aunque a punto estuvimos de desistir por la tardanza del auxiliar de vuelo en traérnosla, grrr. La hora prevista de llegada era la 12:30 h de la noche así que no convenía dormir en el vuelo, aun así fue difícil resistirse a Morfeo y casi todas dimos una cabezada en algún u otro momento. Una vez llegamos había que superar la primera prueba, solicitar un coche a través de una app que me había recomendado mi hijo y también nuestro querido San Google. La app se llamaba Bolt, a través de ella solicitas coche como un Uber o un Cabify y además es tan estupenda que puedes chatear con el conductor escribiendo en tu idioma y ella se encarga de traducirlo al húngaro, en este caso, que no es nada fácil. Así que rumbo a nuestro apartamento, primera prueba superada, solicité el coche y en poco menos de 5 minutos allí estaba Atila, como se llamaba el conductor, un chico delgado y alto que no abrió la boca en todo el recorrido y nos dejó en la puerta de un edificio con un gran portón
azul lleno de pegatinas, cual una carpeta de los ochenta, jajaja. Ahí empezaba la segunda prueba conseguir abrir el gran portalón de madera con las instrucciones que nos habían enviado por mail, casi nada, un código almohadilla otro código lo cierto es que no atinábamos hasta que pasó un chaval que amablemente en inglés nos preguntó si necesitábamos ayuda y con él lo conseguimos, no había que esperar a que aparecieran los números en la pantalla…¿cómo lo íbamos a saber?. El edificio era antiguo con un gran patio interior hacia donde daban las puertas de entrada a cada apartamento, la escalera era ancha, pero de grandes escalones desgastados y subimos hasta el segundo piso, nuestro apartamento era el último del último corredor, eso sí, estas cerraduras no se resistieron y bualá, ya estábamos dentro. Era pequeño, pero estaba bastante arreglado y decorado moderno. Te recibía una pequeña cocina y luego un salón tipo Loft con un sobre ático donde había una cama doble y otra habitación grande con un bonito mural, el baño estaba en la planta de abajo así que nos rifamos como dormiríamos, quien dormiría arriba y quien dormiría abajo. Una vez realizado el sorteo, repartimos nuestras maletas y nuestras cosas como pudimos y nos fuimos a dormir, bueno o eso intentamos porque una servidora se pasó toda la noche en vela entre los nervios del viaje, que siempre suponen una sobreexcitación y la cabezadita que había dado en el avión más los ruiditos que se oían de mis compañeras, me obligaron a ponerme los auriculares con meditaciones para intentar no ponerme de los nervios y así pase como pude la noche.
Al día siguiente a las 10 teníamos que estar en la plaza del Parlamento para el free Tour que habíamos contratado con Civitates. A las 8 pusimos los despertadores, a mí aún me dio tiempo hacer algunos estiramientos de yoga en la cama y una pequeña meditación. Bajamos rápidamente y justo al lado del apartamento encontramos un acogedor restaurante donde daban Breakfast. Al finalizar volví a pedir otro taxi por la aplicación Bolt y en 5 minutos lo teníamos en la puerta. En esta ocasión era una mujer que abrió poco la boca, pero lo poco que lo hizo, aunque no entendíamos nada, estaba claro que no tenía muy buenas pulgas. Por algo menos de 7€ nos dejó a las cuatro en la plaza del Parlamento. El día era soleado y la previsión era de alcanzar los 15º así que prescindí de mi primera capa y aun así acabé sudando. Mi abrigo de
reciente adquisición es como llevar el nórdico de la cama envuelto, casi que podrías ir desnuda debajo. Jajaja. El guía era un joven madrileño que nos explicó durante casi 3 horas la historia de Hungría y los húngaros y como Budapest se formó desde el 896, cifra al parecer muy importante y cómo lo perdieron todo a lo largo de la historia por eso al parecer el carácter húngaro no es muy risueño o alegre o como le dijeron a él “es que me aman despacito”. El edificio del Parlamento es impresionante, máxime cuando te cuentan que se han tirado 18 años restaurando y cambiando las piedras porque estaban deterioradas del paso del tiempo. De allí nos fuimos a la plaza de la Libertad donde vimos el monumento a los soviéticos encuadrado por dos grandes figuras de bronce, la de Reagan y la de Bush, es el humor sutil de los húngaros.
Nuestra visita acabó justo a los pies de la Sinagoga, en el inicio del barrio judío, al lado de nuestro apartamento, aunque no éramos conscientes todavía de ello. Retrocedimos unas calles hasta el barrio francés donde nos dijeron que había restaurantes de comida típica húngara con encanto justo al lado de la Fashion Street, donde están todas las grandes marcas. El problema fue que no me puse mis gafas y cuando miré en Google Maps, a cuánto estábamos del Parlamento, donde teníamos la visita a sus interiores, me pareció ver 2 minutos la calle abajo salíamos al río y ya, pero no eran 2 minutos sino 20 minutos así que cuando volví a mirarlo al final de la comida ya era demasiado tarde y por mucho que corrimos llegamos como 15 minutos tarde, eso sumado a la cola que tuvimos que hacer para pasar por los tornos, cuando nos llegó el turno una mujer muy seria nos dijo que no podíamos pasar que había terminado nuestro turno y nos envió a información donde otro señor uniformado nos dijo de manera tajante que era imposible darnos una solución. No podía creerlo, le pedí el libro de reclamaciones y mirando a su compañera se rio en nuestra cara de nosotros, ¡increíble! Grrrr. En fin, respiramos hondo, asumimos la pérdida y nos volvimos por donde habíamos venido, no hubo malos rollos, no hubo reproches, cosa que agradecí enormemente. Cuando viajas a veces pasan estos contratiempos por mucho que intentes organizarlo y planificarlo todo y lo mejor que puedes hacer es ir asumiendo momento a momento, minuto a minuto, cómo van sucediendo las cosas con buen humor y no dejando que nada te amargue la visita. Decidimos entonces irnos hacia la orilla del río, pasar por el monumento de los zapatos y cruzando el puente de las cadenas, irnos a ver el Palacio del Buda y el Bastión de los Pescadores. El monumento de los zapatos son un montón de zapatos de bronce a las orillas del muelle del rio Danubio, en memoria a los judíos
que tiraron a él los nazis según la historia que nos contó nuestro guía en los últimos momentos de la segunda Guerra Mundial. Hungría, que había sido aliada de Hitler, se cambió de bando y por ello en represalia, los nazis que hasta el momento habían respetado Hungría, entraron en la ciudad y formaron un gueto dentro de lo que hoy es el barrio judío, de manera que todos los judíos que vivían en Hungría pasaron a vivir hacinados dentro de ese pequeño barrio, donde cogían como a 15 personas por habitación. Luego cuando ya en los últimos momentos Hitler vio que perdía la guerra y apenas le quedaban recursos ni municiones quiso hacer su última venganza contra Hungría que los había traicionado y poniendo en fila a los judíos en el muelle, los hacía desnudarse, los ataba entre ellos con hilos de alambre y para ahorrar munición pegaban un tiro al primero de la fila y al último de manera que al caer estos dos arrastraban a todos los demás que caían vivos todavía al río. Una de tantas siniestras historias que hay de la Segunda Guerra mundial y de la masacre y el Holocausto de Hitler.
De allí cruzamos a pie el puente de las cadenas y pasando de subir en funicular ya que nuestro querido guía madrileño nos lo había desaconsejado, sus palabras fueron es como en la Fórmula 1 si pestañeas te lo pierdes, jajaja, Al parecer cuesta €10 y dura 16 segundos en su lugar nos gastamos €14 en una pequeña guagua que eran cochecitos de estos turísticos que iban circulando en redondo por los dos o 3 web points y tu podías bajarte en cualquiera de ellos visitarlo y luego volver a coger el siguiente que pasara y así hicimos. La verdad es que resultó muy bien y creo que fue todo un acierto. El
primer punto, El Bastión de los Pescadores lo pasamos de largo porque preferíamos ir directos al Palacio del Buda, en él nos bajamos, lo recorrimos, hicimos fotos de las vistas espléndidas que desde allí arriba se ven y en el siguiente volvimos a hacer la vuelta completa para bajar en el Bastión de los Pescadores que también valía unas fotos. Desde allí llamamos a un nuevo Bolt, realmente son igual que los taxis de allí, amarillos, solo que arriba en vez de llevar el luminoso con la palabra taxi, llevan un luminoso con la palabra Bolt. Volvimos a nuestro apartamento, descansamos un poquito, nos pegamos una ducha y un retoque a nuestra salud de bote, que llamo yo al socorrido maquillaje y nos pusimos de nuevo divinas para salir a descubrir la noche en Budapest.
En primer lugar dimos un paseo por el Danubio en los famosos barcos de crucero. Un espectaculo ver los emblematicos edificios y puentes todos iluminados. Ademas calentitos y con copa en la mano. Totalmente recomendable. Tambien nos habían aconsejado ir al barrio judío a los “Rom Pub”, son pub que están construidos sobre casas en ruinas y justo al buscarlos porque nos habíamos apuntado los nombres de los 3 más importantes, vimos que estábamos al lado y fue cuando fuimos conscientes de que nuestro apartamento estaba en el barrio judío así que, cenamos justo en frente de casa en una especie de galería llena de pub y de restaurantes y de allí andando entre las dos o tres calles siguientes y sin salir de nuestra manzana, visitamos los 3 famosos pub. El primero era Simple Kart, había un poco de cola, pero no tardamos demasiado en entrar. Efectivamente la casa era una tremenda casa con jardín interior y estaba prácticamente en ruinas, las paredes estaban llenas de pintadas y un montón de luces de neón por todas partes. Había varias salas que serían las antiguas habitaciones, con ambientes distintos, algunas más claras algunas más oscuras. Nosotros bajamos al patio interior donde había una barra y allí nos pedimos un chupito de “Palinka” que es la bebida típica de Hungría. Aunque no puedes irte sin probarla no es nada recomendable, jajaja, aguardiente puro a pesar de que las pedimos de varios sabores. De hecho, un grupo de chicos a nuestro lado se la tomó de un trago tipo golpe en la barra y para adentro y uno de ellos ¡casi se desmaya! Nosotras fuimos más prudentes y fuimos sorbito a sorbito, aun así, no nos las acabamos.
Fudge Urba fue el siguiente y era enorme, nos habían dicho que tenía hasta 25 salas, no sé si era así, pero la verdad es que si subimos y bajamos un montón de escaleras y para entonces ya estaba a tope de gente. No recuerdo muy bien qué hora era cuando volvimos al apartamento andando y caí rendida en la cama, llevaba casi 48 horas sin dormir y había batido el récord de pasos en mi teléfono, 30.000 pasos y cerca de 23 km rezaba el bicho, jajaja. Al día siguiente no teníamos prisa, bueno no tanta como el día anterior, aunque a las 10 había que dejar el apartamento. Habíamos sacado
entradas para unos baños termales que allí son muy habituales por toda la ciudad. Elegimos los más famosos que están en el parque central. Un gran balneario en un edificio de finales de siglo XVIII diría yo, circular con varias piscinas interiores a distintas temperaturas y un montón también fuera. Las del exterior eran dos circulares una a 30º más o menos y la otra a 38º y una solo 26º en el medio, rectangular, para los más valientes que quieran nadar. Así transcurrió nuestra mañana hasta que quedamos arrugaditas como pasas. Habíamos sacado dos tiques de taquilla y dos tiques de cabina porque así dejábamos las maletas dentro de la cabina por lo que teníamos todas nuestras cosas y era muy cómodo para ducharnos, cambiarnos y arreglarnos, antes de irnos directas al aeropuerto. La noche anterior había comprado cuatro Coronitas en un mini Marquet que todavía estaba abierto cuando volvíamos al apartamento y allí estábamos, en la puerta del balneario esperando el taxi e intentando abrirlas. Al final se apiado de nosotras y nos ayudó, el conductor de un taxi con su navaja porque no lo conseguíamos. Nos abrió dos y de las otras dos dimos cuenta ya en la puerta del aeropuerto donde con la papelera de chapa fuimos capaces de abrirlas y brindar por ese fin de semana maravilloso que estaba llegando a su fin.
En el aeropuerto compramos algunos souvenirs de recuerdo, comimos y cuando nos dimos cuenta, ¡wow, last call! Tocaba correr si no queríamos perder el vuelo. Las últimas en embarcar. Budapest nos despedía con lluvia, todo no podía ser tan bonito, el sábado tuvimos 15º y un sol espléndido, lo que no ven allí ni en verano, según el guía. Había sido un lindo fin de semana, un fin de semana de sororidad un fin de semana de mujeres contemporáneas, divinas mujeres contemporáneas con las que espero volver a compartir muchos fines de semana especiales.

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