JOER "¡COMO HA CAMBIADO EL CUENTO!"

Esta ha sido la frase del fin de semana, refiriéndonos a como han cambiado muchas cosas, como han cambiado las mujeres haciendo y diciendo, como han cambiado nuestras vidas, como han cambiado las formas…..

Para empezar pensaba pasar un finde tranquilito en casa, sola, marujeando, poniendo en orden por fin el garaje y algún que otro cajón “de-sastre”, pero una proposición indecente de una amiga, incitándome a ayudar en la ardua y placentera tarea de llevar navegando un velero a Denia, hizo que no me pudiera resistir y actuara cambiando el cuento.

Para empezar, el viernes, cenita en un árabe y un par de copas después, tres mujeres mano a mano, riéndonos, compartiendo experiencias y opiniones, como mujeres independientes y autosuficientes, “joer como ha cambiado el cuento!”….

El sábado amaneció completamente nublado y lloviendo, el puñetero Murphy fastidiando, porque el parte no daba esa previsión. Un mensajito nos dio licencia para seguir bajo las sábanas otra horita pero finalmente no pudimos alargarlo más y nos enfundamos en nuestros equipos marineros, polar y antirociones incluido, por si acaso.

Uno de los chicos que venía, Carlos, vivía cerca, así que nos esperaba en la puerta. Una parada para completar las provisiones y llegamos al náutico. Allí, en el pantalán central, nos aguardaba el “Galata” un Bavaria 44 cuyo armador había dejado confiadamente a dos amigos, para realizar el traslado. Ahora que ya los conozco, con los ojos cerrados también les dejaría yo mi propio barco. Aunque la primera impresión al ver el estado del barco, todo lleno de herramientas, el mecánico yendo y viniendo a por piezas para reparar un estope y el que haría de patrón, Tolfo, con carcher en mano baldeando, me hicieron dudar de si zarparíamos o no. Sin estresarnos fuimos completando tareas, comprando pan en el bar, recogiendo unas botas de agua de otro barco, recogiendo velas y herramientas, llenando los depósitos de agua, hasta que allá por el medio día, cerca de las dos de la tarde, por fin quitamos el toma tierra, recogimos las amarras y zarpamos. Defensas arriba, funda de la mayor fuera, se intuía ya la impaciencia de todos por navegar a vela.

Teníamos unos 15 nudos de E/NE, aunque luego roló hacia SE y nos obligó a cerrar más el ángulo. Pero se mantuvo bastante estable en intensidad, alguna punta de 20 nudos vimos que nos permitió ir con un descuartelar, a una media de 6 nudos, y como calculé para llegar a las 22, pues en unas 8 horas habíamos recorrido unas 40 millas . La corredera no iba, el plotter tampoco, y en el maxsea que había en el portátil no tenía gps, así que el portátil nos sirvió básicamente de equipo de música. La música no faltó todo el día. Música variada, fantastica, internacional, de todos los tiempos pero con predominio de nuestra década, la de los 80 y los 90. Estaba claro que los cuatro éramos de la misma quinta.

Uno de ellos no paraba de hablar, además de ser hiperactivo, parecía el hombre orquesta, estaba en todas partes y a todo quería llegar él, hizo que tuviera que pedirle que se diera cuenta que no estaba solo, que nos dejara participar a todos. Pero con humildad y sencillez reconoció su hiperactividad e incluso yo diría incontinencia verbal.
Ello hizo en gran parte, que la conversación fluida, el buen ambiente, las anécdotas de navegar, y de no navegar, porque resulto ser también piloto de carreras, y claro, ahora es un mundo que tengo muy cercano por Ferdy. El caso es que no paramos de hablar, de reír, de navegar. Igual estábamos hablando de barcos o de grandes marineros de la historia de la navegación, como de alguna experiencia personal en alguna regata, como de filosofía de la vida, de lo que perdemos y de lo que ganamos, y de las lecciones que nos da la vida. Y siempre por una u otra cosa, aparecía la frase, “joer como ha cambiado el cuento”.

Un redondo de pavo, bañado con un rioja y luego unos gintonics de postre, nos llevaron a contemplar una vez más, una tremenda puesta de sol. Cuántas he visto, y sin embargo me sigue cautivando ese momento en el mar. En tierra sin embargo la dejamos pasar a diario sin percatarnos a penas de ella. Es una de las cosas que más me gusta en el mar.

En ese momento recordé a mi viejo amigo Sandro y su Higtlight, porque realmente me sentía nuevamente relajada como cuando navegaba con él, ese ambiente que solo él sabía crear con música, navegación, buen vino, y buena gente, y allí y ahora, tenía de todo ello. Curioso también que se trate siempre de gente enamorada de la música, del mar, del buen comer y mejor beber, de la velocidad de las carreras, de coches o de motos……..todos esos ingredientes deben de ser los mágicos para garantizarte un buen ambiente y sentirte como si los conocieras de toda la vida.

Grandes navegantes, pero llenos de humildad, por lo que nadie presumía de saber o de ser, y ello te invitaba a dejarte enseñar, con lo ávida que siempre estoy de aprender, a duras penas cedía el timón. No pusimos el piloto nada más que el pequeño ratito de la comida, o para hacernos alguna que otra foto con el automático.

La arribada a puerto fue visual, porque todos conocemos perfectamente Denia y evidentemente el atraque lo haría Tolfo, como patrón en funciones, aunque me moría por hacerlo lo entendí y sin rechistar le pasé la rueda y me puse a preparar las amarras. El marinero nos esperaba en el pantalán central del Náutico e hicimos el atraque por el través de babor al pantalán, para facilitar que los fueran llegando para la regata, se abarloaran. Yo habría dado la vuelta para dejar la proa mirando hacia fuera, pero por lo demás, el atraque fue limpio y perfecto, y sin ningún esfuerzo nos quedamos clavados.

En unos minutos estábamos duchados y cambiados con nuestras ropas de niños guapos, dispuestos a cenar. Todo el día no había parado de comer, pero tenía hambre, todo el finde realmente no paré de comer. Supongo porque inconscientemente no quería que me pasara lo de la travesía de enero, que la tensión me jugó una mala pasada. Esta vez mi estomago estaría lleno para poder aguantar toda la fiesta.

Las risas y los bailes, no dejaron de fluir toda la noche, hasta bien entrada la madrugada. Unos antes, otros después, unos solos, otros acompañados, fuimos volviendo al barco, y aún en él, en un intento de resistirnos a Morfeo, intentamos abrir una botella de cava sin éxito, que bien nos vino al día siguiente para desayunar.

Un día esplendido de sol nos amaneció, y alguna intrépida fémina de más, también amaneció a bordo, cosas de la vida, porque una vez más, “joer como ha cambiado el cuento”.

El broche lo pondría el hermano de Carlos, cuando amablemente vino a recogernos para llevarnos de vuelta en coche a Valencia, después de dar buena cuenta de una paellita en la Marina, que me ayudó a rendirme a Morfeo con una siesta en el coche. Acababa así un fin de semana, pensat y fet, un regalo de esos que me da la vida de vez en cuando, sorprendiéndome y presentándome a gente maravillosa que aman el mar como a su propia vida.

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