POR FIN PANAMA

Era Semana Santa, pero decidimos faltar este año a la famosa Ruta de la Sal para poder trasladar a nuestro querido Rebeca a Panamá.
Ferdy y Forban llegarían unos días antes para tener a punto el barco, arreglar la pala y la potabilizadora y algún que otro problema electrónico. Aunque aún les quedó tiempo para coger un vuelo local a la isla de San Andrés para bucear. Ferdy conseguiría su titulo de buceo Advance Water, en esos días.
Miuca , el peque y yo, arribaríamos a Cartagena de Indias el miércoles de ceniza, después de 14 horas de vuelo y unos cuántos amigos hechos. Nos esperaban en el aeropuerto y nos fuimos directamente a cenar, con maletas y todo, a la zona de Boca Grande, la de los rascacielos de la Bahía de Cartagena. Eran ya las 12 p.m. y pocos sitios quedaban abiertos, pero finalmente conseguimos tomar un poco de pollo asado y unas cervecitas para poder irnos a dormir con los estómagos llenos.
El día siguiente lo pasamos finalmente en puerto con los últimos preparativos, algunas provisiones del súper, fruta y verdura sobretodo, (los chicos ya habían comprado la bebida), y algo de carne para compensar el mucho pescado y marisco que pensábamos adquirir de forma natural buceando. ¡Si había suerte, claro!.
Por la noche iríamos a la vieja ciudad, para que la conocieran Miuca y el peque, realmente es una preciosa ciudad que conserva su sabor colonial con las preciosas casonas de colores y que en esta ocasión, por las vacaciones de Semana Santa, estaba repleta de gente.
Al día siguiente, viernes Santo, zarpamos al alba, 06:30 HRB, Ferdy me cedió el honor de sacar al Rebeca de su atraque. Marcha atrás, despacito, los chicos saltaron al pantalán para deshacernos de las amarras, soltamos la del vecino que nos cruzaba la popa y se la echamos sobre la cubierta porque no llegaba a ningún otro noray por proa. Pero al oír el ruido, salió y estuvo pendiente para volver a hacerla firme tras nuestro zarpe.
El fondo era tan escaso que decidimos seguir con la arrancada atrás hacía la zona de fondeo, totalmente libres de la dársena y luego meter ya arrancada avante, pero antes de que lo hiciera, un par de nativos en una canoa a chillarnos. Estaban pescando y al parecer nos habíamos enganchado con su red. Quité rápidamente la marcha, pero ya estábamos enganchados. Uno de ellos a regañadientes, se tiró al agua verde para ver el enredo, no era demasiado y rápidamente lo deshizo. Al ir marcha atrás se había enganchado en la pala y no en la hélice, lo que facilitó la liberación. No obstante, al ver que además intentaban echarnos la culpa, les reñimos por estar pescando justo en la salida de la dársena, era una trampa segura para cualquier embarcación, que como nosotros, intentara salir o entrar. Finalmente lo único que buscaban es que les diéramos unos dólares. Llegaron a ponerse tan impertinentes, insultándonos y todo, que tuvimos que simular que éramos nosotros los que llamábamos a los guardacostas para denunciar los hechos, por estar pescando allí. Al verlo se fueron rápidamente, mientras maldecían a todos nuestros muertos. ¡Vaya gentuza!
Ya libres, pusimos proa a buscar el canal de salida, aquí los colores van al revés, rojo a Er y verde a Br y recibimos el día con un ligero desayuno para no tentar al mareo en el primer día de navegación en el que todavía los cuerpos tienen que adaptarse. El grumetillo amaneció al ratito y no daba crédito a la anécdota que le contamos con los pescadores.
Poquito viento hizo que tuviéramos que hacer la travesía a motor, 2000 r.p.m. apoyados simplemente en la mayor. Rumbo 235º a 7 nudos, así que para la hora del ángelus ya estábamos fondeados en isla Rosario, en el mismo lugar que la vez anterior, pero esta vez siguiendo los últimos WP que habíamos introducido en el plotter no tuvimos problemas con el calado, aunque pasamos justito, era justa la bajamar, por lo que a menos no podíamos ir.




El capi se encontraba mal una vez más, con el estómago. Tanto, que prefirió quedarse a bordo descansando, mientras los demás decidimos acercarnos al oceanario para ver el espectáculo y todas las especies autóctonas. Aunque finalmente solo entraría yo con el grumetillo, mientras Miuca y Forban se iban con la dingui a inspeccionar la zona y hacer su primera inmersión.
No parecía el mismo lugar por la cantidad de turistas que habían. ¡Era increíble, como cambia un mismo lugar con el bullicio de decenas de turistas comprando de todo, collares, langostas!, etc, nuestros amigos los nativos, no daban abasto. Los saludé brevemente, todavía me recordaban de mi paso por allí hacía 20 días.
Al grumetillo le encantó ver todas las especies, sobretodo el espectáculo de los tiburones. A la salida, enseguida divisamos la dingui con nuestros amigos, que nos recogieron en otro punto del islote y volvimos al Rebeca para ver como estaba el capi.
Al llegar, despertaba en ese preciso momento, aparentemente mucho mejor. No obstante, le haríamos dieta ese día, para su total recuperación. Comimos prontito y Miuca con Forban decidieron aprovechar e irse a bucear a los palitroques de hormigón que están junto a las marcas de entrada de la cala y un poco más allá, al cambio de profundidad, con botellas, aunque no vieron nada en especial, nos dijeron. Mientras, empezaron a acercarse nativos al Rebeca para ofrecernos todo tipo de collares, souvernis, langostas, etc. Por 15$ conseguí 5, por si no pescábamos. Pero también quería collares, los había regalado todos los adquiridos en el viaje anterior y como nos íbamos ya de Colombia no habíamos cambiado en pesos, y teníamos pocos dólares, que teníamos que reservar para comida, así que les ofrecí hacer trueque, lo que aceptaron de buen agrado, unas camisetas de Ferdy, de estas de regatas que nunca te pones porque son muy grandes, sin estrenar, unas botas de agua sin estrenar y una gorra, me sirvió para conseguir tres conjuntos de preciosos collares de coral, rojo, verde y de perlas blancas.
Al regreso de Forban y Miuca, les conté entusiasmada mi éxito con el trueque, y nos fuimos con la dingui a enseñarles la isla grande, el estrecho canal entre ambas y la laguna de la juventud, donde no dudamos en bañarnos los cuatro, salvo el grumetillo, que evidentemente no quiere quedarse como está.
Al día siguiente, al alba, levantamos el hierro rumbo a la isla de San Bernardo. 10º08,89N 75º 45,42 W, rumbo 190º 7 nudos nuevamente a motor, solo con la Mayor. La travesía fue muy plácida, no había mar y el sol estaba justo arriba cuando arribamos, que nos permitía ver perfectamente el fondo. Ofrecimos al grumetillo hacer el fondeo, pero no se atrevió. Finalmente me puse yo al timón y Forban en proa. Echamos el hierro justo en la pendiente dónde cambia estrepitosamente el calado, por lo que según el borneo, igual calábamos 5m que 15m y la cadena no reposaba en el suelo, por lo que después de tirarse Ferdy a inspeccionar como había quedado, soltamos un poco más para asegurarnos. Ya tranquilos, paramos motor y nos fuimos todos al agua. Les enseñé la cantidad de estrellas de mar que hay en esta playa y también me encontré un gusano negro tremendo que no había visto nunca. Mas tarde se lo enseñé a Forban, nuestro experto buceador, que lo cogió con la mano para que lo fotografiara y pudimos comprobar que estaba vivo, pues se encogía por momentos. Mas tarde he sabido que es lo que llaman las “pollas marinas” por su tamaño, su capacidad para estirarse o encogerse y por el liquido blanco y viscoso que sueltan si se sienten amenazados, liquido que los nativos utilizan para prefabricarse escarpines naturales y protegerse las plantas de los pies.
Después cogimos la dingui y nos fuimos a la zona del árbol solitario en medio del mar, intentando dar con la misma zona que buceamos en nuestra travesía anterior, pero no lo conseguimos, después de varios intentos, volvimos a bordo del Rebeca para comer. Con todos a bordo la dingui no planeaba como nos gustaba, así que bromeábamos con quien tiraríamos al agua, jajaja.
Después de comer y de una breve siesta, unos en el camarote y nosotros en la hamaquita de proa, con miércoles incluido, como bautizamos al grumetillo porque siempre estaba en medio de los dos, nos fuimos al islote para enseñar tan peculiar poblado a nuestros amigos.
Aprovechamos para comprar unas langostas, y para llevar unos lapiceros para la escuela y las fotografías que había hecho a las niñas en mi última visita.
A la vuelta, hicimos un recorrido con la dingui por toda la orilla de la isla grande, viendo las pocas casas que ahora ya se veían ocupadas al completo. En el islote nos dijeron que había actividad y que si veíamos algo no nos metiéramos. Aquella noche pudimos comprobarlo, por las luces de linterna en la playa y las constantes idas y venidas de lanchas motoras. Supusimos que el laboratorio de coca, que nos contaron que había en el centro de la isla, debía de estar de carga y descarga. Pero miramos hacia otro lado mientras dábamos buena cuenta de una piña troceadita y bañada en ron que a las luces de un par de velas, nos tomamos en la proa del Rebeca, junto a la hamaca, que en esta ocasión cedimos a nuestros invitados, y bajo el toldo, la zona que ya hemos bautizado como chill-out, del Rebeca.
Bien tempranito, con las primeras luces, nos levantamos, recogimos toldo, hamaca y la ropa colgada en los guardamancebos, para levantar el fondeo de Titipan y poner por fin, rumbo a Panamá!.
Un par de horas nos llevó bordear todo el lado NE de San Bernardo, por el que optamos, porque salir por el SW se antojaba más laberinto de corales, según la carta. Ya en aguas libres, pusimos rumbo directo,264º pero Eolo no acababa de acompañarnos con la intensidad suficiente como para prescindir de Yanmar, 160 millas por delante, rogaba a Eolo que nos acompañara y por fin, después de comer, pudimos parar el motor y navegar únicamente a vela a 7 nudos, primero en un través, que como se fueron estableciendo los alisios, paso a ser un largo por la aleta de Er. Así transcurrió el día, en el que tuvimos hasta visita de los incansables delfines.




La noche la repartiríamos en dos guardias de 4 horas por parejas, aunque a la nuestra se unió el grumetillo, que tenía ya ganas de saber lo que es una guardia.
Me retiré al camarote de proa cuando se hizo de noche, sobre las 7 pm, para intentar dormir un poco y poder aguantar bien en nuestra guardia que sería la primera. Pero me fue imposible, como me había advertido el capitán, había demasiado mar y los pantocazos hacían imposible poder descansar, mi cuerpo ya no estaba acostumbrado como en el Atlántico y después de luchar con los amagos de mareo y los pantocazos sin conseguir caer en los brazos de




Morfeo, volví a salir a cubierta, donde me dijeron que ya había hecho incursión algún que otro pez volador. ¡Horror!, pensé, era mi única preocupación en las guardias en solitario del Atlántico. No porque vayan a hacerte nada, pero si te da uno, de improviso, en la oscuridad de la noche, el susto no se lo quita nadie, sus coletazos son tan rápidos que es difícil cogerlos para devolverlos al mar. Por la mañana, la cubierta del Rebeca estaba llena, más de una docena recogí ya completamente secos y devolvía al mar para comida de otros peces, ya que nadie quería que los hiciéramos a la plancha como sardinitas, jajaja.
Con la salida del sol, empezamos a divisar tierra, Cayo Holandés era nuestro destino. Pequeños islotes de arena blanca y un innumerable número de palos veíamos en algunos de ellos. Pero aunque parezca que tienes aguas libres entre tú y ellos, no puedes confiarte y debes seguir fielmente la carta y la sonda, para entrar en cualquiera de ellos, pues las barreras de coral rodean a todos ellos, en algunas ocasiones, bastantes millas mar adentro.




Entramos pues con cuidado, Ferdy al timón y Forban y Miuca en proa y yo bien atenta de la sonda. Fondeamos en el lugar que denominan Swiming pool, en el interior, frente a Banedaup y Ogoppirtadup, 9º 35’ N 78º 40,5W dónde ya lo hacían una docena más de veleros. Toda la arena blanca bajo el Rebeca estaba sembrada de grandes estrellas, ¡y yo que estaba asombrada de ver unas cuantas en San Bernardo, aquello era un campo entero!
Preparé un buen desayuno americano, para premiar a toda la tripulación por la buena travesía cubierta. Huevos fritos con beicon y patatas, que nos ayudaron, con los estómagos llenos, a conciliar automáticamente el sueño merecido, esparramados entre la bañera y la hamaca bajo la botavara.
En una hora aproximadamente estábamos ya todos dispuestos a investigar buceando los alrededores, todos menos el grumetillo, que seguía secuestrado por Morfeo, por lo que le dejamos una nota para que nos siguiera cuando despertara.
Llegamos a la playa más cercana, a la de la playa que tenemos por popa. Cuando empezamos a nadar hacia la playa, se nos cruzó un gran pez plateado y plano, que lejos de espantarse de nosotros, se dirigió descaradamente a nosotros y nos bordeó, hasta perderse por nuestra derecha.
La corriente, que es bastante fuerte, nos obliga a volver por la orilla, sembrada de restos de hogueras, para poder coger una buena perpendicular que nos ayude con la corriente llegar al barco, y no nadar contra ella.
Justo cuando iniciamos la vuelta, Forban y Miuca, se cruzan con un tiburón gato. Han intentado enviárnoslo hacia nosotros para que podamos verlo pero sin éxito. Dicen que era bastante grande, unos dos metros. Aunque sinceramente, ¡ no me importa no haberlo visto!.
Cuando el peque despierta y se une a nosotros con el “aparato”, un motorcillo acuático que nos regalaron los amigos de Ferdy en nuestra boda náutica, le ayuda en su lucha contra la corriente.
Volvemos todos a por la dingui al barco, y nos vamos hacia la barrera de coral, dónde enganchamos la dingui y empezamos a bucear para buscar provisiones que nos permitan empezar a comer pescado y langostitas. Es realmente bonito, tanto, que cuando nos damos cuenta, son más de las 15:30h p.m. y volvemos al barco, realmente cansados de luchar contra la corriente. Creo que hemos quemado bien el desayuno americano, en más de dos horas de buceo. Ese día el capi nos premia con su primera fideua de langosta que nos servirá de comida-merienda-cena, a casi las 18h.
La tarde pinta negra, llena de nubarrones que presagian lluvia. No se hace de esperar y nada más terminar de comer empieza a llover. Decidimos hacer tarde de cine, con película en el living, pero es tan mala, “Torrente 4”, que pronto todos preferimos estar fuera, contemplando asombrados, la cortina de agua que está cayendo. Aprovechamos para extender bien todos nuestros bártulos de buceo y trajes por la cubierta, para que se endulcen.
Ya entrada la oscuridad de la noche, la lluvia no para, todo chorrea. Solo la lona del anti rociones nos permite estar fuera sin mojarnos, así que todos nos apretujamos ahí, contando historias de miedo. Mientras vemos caer algún que otro rayo en la playa por nuestra popa. Es el escenario ideal para general un ambiente de suspense, entre la oscuridad, los rayos y las historias, a las que nuestra querida Miuca, pone el tono de voz adecuado, para hacer crecer si cabe, el ambiente de tensión y suspense.
No paró de llover en toda la noche, pero como no había viento, y el lugar estaba tan bien protegido, el barco apenas se movió. El día siguiente amaneció entre sol y nubes y pusimos rumbo a Cayo Limón, dónde nos esperaban nuestros amigos del Caps III. Una lluvia menudilla nos hizo tener que sacar nuestras chaquetas de los trajes de agua con los que recibimos a nuestros amigos, que a toda maquina con su dingui, salieron a recibirnos y guiarnos al fondeadero en cuanto nos vieron aparecer por las inmediaciones de Cayo limón. Más bonito, si cabe, que el anterior, aguas turquesas, tres pequeños islotes de arena blanca y palmeras y solo una pequeña choza en una de ellas con un pequeño embarcadero por las dinguis. Una docena escasa de veleros, entre ellos, uno muy especial, el Pekins, de una pareja de americanos, que más tarde conoceríamos porque eran ya amigos de Virgi y Jose.
Justo al estar a Br del Caps, se nos paró el motor y tuvimos que echar el ancla rápidamente y finalizar el fondeo con la arrancada que nos quedaba. Besos y abrazos y caras de alegría por el reencuentro. Y rápidamente las canoas con las indias kuna, vestidas con sus trajes típicos, bordeando el Rebeca y ofreciéndonos molas. Son pequeños trozos de tela, tipo tapices, que hacen a mano y que Miuca rápidamente se encargó de conseguir a buen precio un par de ellas. Mientras yo aprovechaba para arranchar el living tras la travesía y fregar los platos, antes de que dispusiéramos ya, coger nuestros equipos e irnos a bucear. Ahora teníamos guías, casi autóctonos, por el tiempo que llevan ya en los cayos, así que la apuesta sería segura. Y así fue, el paseo submarino fue precioso, justo en la caída de la barrera de coral, la vida marina era riquísima, muchísimos peces escorpión, de los que al parecer hay una plaga porque al ser venenosos no suelen ser manjar ni de humanos ni de otras especies, un par de morenas, una raya y algunas langostas y un calamar que pasaron a formar parte de nuestra cesta de la compra. Todos satisfechos, unos por la pesca y otros por las fotografías, volvimos a los barcos, para preparar de nuevo por el capi, una sabrosa paella con el calamar y las langostas, que compartimos con nuestros amigos del Caps. Mientras veíamos arribar a la cala al Gran Talmajal, otro Oceanis 50, idéntico al Rebeca y prácticamente del mismo año, pero con casco blanco. A cuyo armador español, habíamos conocido en nuestra travesía anterior en Cartagena de Indias, ahora viajaba con un amigo y eran ya amigos del Caps. Más tarde el Nirvana, de otro español que viajaba en solitario y que también el Rebeca conoció en un encuentro anterior y que ahora se dedicaba al chárter para sobrevivir, y poco después el Yaya, otro velero con bandera italiana, con también un navegante solitario que más tardes comprobaríamos, porque también era amigo ya de los Caps, que no solo era un fantástico navegante sino una formidable y hospitalario armador. Con la visita, en la sobremesa, de la pareja del Pekins, empezamos a conocerlos en persona. El apenas hablaba español, pero ella lo hacía maravillosamente, yo intentaba hablar con ella ingles, por aquello que me dice siempre mi profesora de ingles, Jein, es mi mejor oportunidad para practicar, hablar con alguien que también sepa español porque así entenderá las espardeñas que a veces meto,¡ jajaja!.
Aquella tarde ya debía de abandonarnos nuestra querida Miuca, sus días se agotaban y debía de regresar a España. Gracias a Virgi intentamos localizar un medio de transporte para que llegara al continente y pudiera coger el avión que salía al día siguiente. Varias opciones aparecieron y desaparecieron, y tras barajar inclusive, alargar su estancia, con el preceptivo permiso de sus hijas, finalmente decidió marchar, al encontrar la opción de que un indio kuna, de uno de los islotes que nos rodeaban, se ofreciera a acercarla a isla Porvenir, desde donde de un pequeño aeropuerto despegaban avionetas al continente.
La acercamos todos al pequeño islote donde se divisaba una choza, que resultó ser un típico garito para tomar copas y oír, incluso bailar, al ritmo de música de bachata caribeña. Cuando ya la noche se apoderó completamente del lugar y los mosquitos empezaron a hacer estragos en nuestra piel, decidimos volver a los barcos, una dingui tras otra, tras desistir de la idea de cenar en una playa por el temor precisamente a los mosquitos pues no soplaba ni chispa de viento.
Ya a bordo, dimos buena cuenta de las tortitas que sobraron de las que trajo Virgi para hacer creeps de chocolate. Ahora con lechuguita, salsa de tomate y atún, fueron una versión salada, tipo burritos mejicanos.
Al día siguiente vi fustrado mi baño matinero, al tener que compartirlo con una tremenda raya que placidamente nadaba dando circulos al Rebeca,...grrr....asi que sin baño previo, decidimos poner todos rumbo a isla Carti, pues era el WP más cercano para facilitar a Forban su regreso al Rebeca, pues había acompañado a Miuca a coger su avión al continente. 9º28,22N 78º57,85W .
Como el Rebeca seguía con problemas en el motor, que no conseguíamos solucionar, navegábamos todos en conserva, próximos unos de otros, en una tremenda calma chicha que irremediablemente nos obligó a terminar remolcados por el Gran Talmajal. Las seis embarcaciones, el Caps, el Pekins, el Nirvana, el Yaya, el Gran Talmajal y el Rebeca, arribamos a isla Cartí para la hora del ángelus. Era un islote todo lleno de chozas, similar al islote de San Bernardo, en menos de 1km cuadrado, se aglutinaban un centenar de casas que daban cobijo a unos 1200 indios kuna.
En el gran Tarmajal se dieron cita los hombres, para preparar una caldereta con langostas que se había ofrecido a hacer para todos, Juan, su armador, un polifacético y simpático mallorquín que con su amigo Toni, formaban una entrañable y peculiar pareja de navegantes.
Las mujeres, el grumetillo y Jose, nos fuimos al poblado, para visitarlo unas, y para ver el futbol, otros, Barcelona-R.Madrid. En el paseo descubrimos que estaban preparando una fiesta kuna, para celebrar que una de las muchachas del poblado había sido mujer. Las mujeres casadas, a quien distingues por sus trajes típicos, preparaban afanadamente la chicha, y un sinfín de frutas variadas en enormes palancanas, para dar de comer y beber a todo el poblado. Según nos explicaron, las chicas llevan el pelo largo y visten a lo europeo, camisetas y vaqueros, hasta que se hacen mujeres, momento en el que les cortan el pelo. Así que cuando ves a una chica joven, vestida a lo europeo pero con el pelo corto sabes que ya ha desarrollado a mujer pero que sigue soltera, pues cuando se casan, automáticamente están obligadas a vestir el traje regional, un pañuelo rojo cubre sus cabezas, un pareo negro y unas camisas con sus típicas molas. Sin embargo los chicos siguen vistiendo todos al modo occidental. Algunas pequeñas tiendecitas nos permitieron abastecernos de algunas verduras que ya escaseaban a bordo.
A la vuelta dimos buena cuenta de la extraordinaria caldera que se había preparado en el Tarmajal y justo en la sobremesa, recibimos la llamada de Forban, que, no sin gran esfuerzo, había conseguido arribar a la costa del continente, justo en el punto más próximo a isla Carti. Así que Ferdy solo en la dingui, con su maravilloso motor de 15 CV, estuvo allí en unos minutos, y en breve estaban los dos a bordo del Tarmajal. Forban no se hizo de rogar para relatarnos sus peripecias y amistades que había hecho para conseguir arribar a la costa, pues los horarios del transporte público eran muy limitados y no quería pasar otra noche en el continente.
Por la tarde, se dedicaron a intentar solucionar el problema del motor, y aunque creyeron tenerlo solucionado, pudimos tristemente comprobar que no era así, cuando al día siguiente, en la travesía a isla Robeson , necesariamente tuvimos que completar, de nuevo, remolcados por el Gran Tarmajal.
Al poco de arribar, ya estaban todas las canoas de los indios Kuna, ofreciéndonos sus productos a todos los barcos. Este islote también estaba abarrotado por un poblado . Lamentablemente no aceptaban mi trueque, por lo que finalmente no compré ninguna de sus preciadas molas. Aquella noche queríamos hacer una barbacoa de carne en la playa, pero no encontrábamos lugar adecuado, pues una orilla era el continente y el otro el susodicho poblado, a quien finalmente, el armador del Nirvana pidió permiso para que nos permitieran hacerlo en una orilla del poblado. Aunque sinceramente al final, no fue realmente como nos hubiera gustado, pues un par de indios kuna se encargaron de prepararnos el fuego y de hacernos la barbacoa, mientras un montón de chiquillos nos rodeaban y miraban con envidia toda la comida y bebida que llevamos entre todos y que terminamos compartiendo con ellos. Siempre ante la aprobación de sus madres que les vigilaban desde las puertas de las chozas cercanas. Solo al grumetillo Ruben se atrevían a incitar para que jugara con ellos.
Como el lugar no era especialmente vello en corales para bucear, decidimos ocupar el día siguiente, en una excursión a tierra, por el rio Mandinga que atraviesa la selva hasta tierras adentro, donde después de unos 7 km andando arribamos a otro poblado en lo más alto de una colina, el Guayana, 9º 31,21N, 79º 03,47 W.
Mi pierna, operada de los ligamentos cruzados, aguantó a duras penas tan gran caminata, bajo el insufrible sol. Solo se cruzó en nuestro camino una pequeña serpiente pero, los diversos e intensos sonidos que nos envolvían, te hacía imaginar todo tipo de animales salvajes, linces y monos, eran los únicos que según los indígenas, nos podían preocupar que aparecieran. Menos mal que no fue así.
Después de un baño en un rio que había en el poblado visitado y comernos el picnic que llevábamos, dentro de una gran choza donde hacían las asambleas y que amablemente nos cedieron para que estuviéramos frescos en su interior, emprendimos el camino del vuelta en el cayuco. El viento había levantado olas, el efecto del fetch había creado ya borreguitos y los rociones eran constantes, que recibimos todos por igual, a bordo del gran cayuco que pusieron a nuestra disposición los dos indígenas que nos hicieron de guías.
Al arribar al Rebeca, Forban, que había preferido quedarse a bucear, nos confirmó que la vida marina, como sospechábamos, era escasa y el agua muy turbia, por lo que no nos habíamos perdido nada.
Al amanecer tuvimos que levantar ya el ancla para emprender, lamentablemente rumbo al continente, como inicio de nuestro retorno a casa. Gracias a un indígena que consiguieron nuestros amigos del Caps, que se levantaron temprano para despedirnos, nos guió para salir entre el pequeño paso que entre los corales, existía entre el islote y el continente y no tener que rodear todo el pequeño archipiélago de cayos que formaban isla Robeson. Ya en aguas libres, sacamos vela, pues teníamos unos 15 nuditos y navegamos en un descuartelar hacia isla Porvenir, que bordeamos por Br para poner ya rumbo directo a Portobelo, dónde nos habían recomendado Green Marina, para dejar amarrado al Rebeca hasta su próxima singladura en unos 10 días.
Unas 50 millas, que pudimos seguir a vela, agradablemente, por un largo por la amura de Er, rumbo 180º , al través de isla Porvenir, 9º33,43N, 78º 55,82W. Solo interrumpida por una gran barracuda que pico en nuestro curri, y que finalmente, tras ser preparada y descamada por el capi, volvió al mar, al escurrirse con un cubazo de agua que echamos para limpiar el espejo de sus restos. Las caras de asombro y decepción eran unánimes, y las distintas recetas que como opciones barajábamos dejaron de importar. Un poco más tarde fue algo más grande lo que picó, tan grande que no conseguimos subirlo a bordo, nos cortó la línea y se quedó con la hermosa rapala y el plomo. Quizás un pez sierra, un gran atún, o un tiburón¿?
Como no conocíamos la Marina, decidimos fondear en la playa primero e ir a inspeccionar con la dingui pero rápidamente estaba Forban y el grumetillo de vuelta, indicándonos para que levantáramos el hierro y entráramos, nos estaban esperando, a pesar de que no nos contestaban por la VHF,¡ no suelen usarla!, nos dijeron después. Era nueva, estaba medio hacer, pero sin embargo algunos rincones ya aparentaban vejez, era como una construcción inacabada o de las que nunca se acaban. Las cornamusas, norays, escaseaban. Las torres de luz y agua eran simples tubos que emergían del cemento. Ni un bar, ni nada, donde poder tomar o comprar algo. El pueblo más cercano, nombre de Dios, a unos 30 km en coche, atravesando la selva. Finalmente conseguiríamos que uno de los trabajadores del lugar nos llevara en su viejo 4x4 a cenar y al día siguiente al aeropuerto. Un vello y salvaje lugar que el hombre aún no había conseguido destruir en su intento de crear una nueva y moderna urbanización.
Una última foto al Rebeca, que Ferdy dejaría bajo la custodia de uno de los marineros y 4 horas de viaje en el cochambroso coche, nos llevaron de nuevo a la civilización.

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